Uno de los cuellos de botella para salir de la crisis económica es la falta de crédito a las empresas y a los particulares. El problema se viene arrastrando casi desde el inicio de la crisis pero seis años después sigue sin resolverse. Los bancos, a los que les urge ante todo sanear sus propios balances después de la indigestión inmobiliaria, cerraron el grifo a cal y canto y renunciaron a su función tradicional: dar crédito y contribuir a que la economía real, no la de las grandes y volátiles cifras macroeconómicas, funcione. Su excusa es que no hay demanda y la poca que hay no parece muy solvente, con lo cual se cumple el viejo principio de que el banco te da un paraguas cuando hace sol y te lo quita cuando llueve.
En este contexto de sequía crediticia el Banco Central Europeo tomó ayer una decisión que muchos se han apresurado a calificar de histórica: bajó en un cuarto de punto, hasta el 0,5%, el precio oficial del dinero. Histórica es porque nunca antes había estado tan bajo el interés en la zona euro y porque es la cuarta bajada consecutiva en el último año y medio. Pero que sea histórica no significa, ni mucho menos, que sea suficiente. En realidad es a todas luces insuficiente por mucho que Mario Draghi diga que servirá para reactivar la economía en la zona euro. No, mientras a esa bajada de tipos de interés, que aún podía haber sido mucho más ambiciosa como ocurre en Estados Unidos en donde los tipos de interés andan casi en torno al 0%, no se acompañe de medidas concretas que permitan a las pymes de países en recesión como España acceder al crédito en condiciones por lo menos similares a las que existen en Alemania.
En este punto, Draghi se limitó a reconocer el problema pero el BCE no se atrevió a tomar ninguna medida tangible para solucionarlo. Eso sí, a los bancos se les sigue ofreciendo barra libre para que continúen pidiendo prestado a un interés cada vez más bajo y destinen lo recibido a comprar deuda pública a jugosos intereses o a sanear sus cuentas. Nada, por ejemplo, de obligar a las entidades financieras a destinar una parte de lo que les presta el BCE a dar crédito a la economía real, algo que, por cierto, también podría hacer el Gobierno español con los bancos intervenidos con dinero de todos los contribuyentes.
La bajada de los tipos de interés, a la postre, sólo beneficiará una vez más a los bancos pero no a las pequeñas y medianas empresas ni a las familias. Aquellas que tienen que hacer frente a una hipoteca ni siquiera verán reflejada la rebaja en el Euribor que ya había descontado esta reducción y es improbable que baje mucho más. Eso sin contar con las leoninas cláusulas suelo que impedirá que la reducción de tipos se traslade a las cuotas hipotecarias, con lo que los ciudadanos tendrán que seguir destinando buena parte de sus ingresos al pago de la vivienda y no al consumo.
Dijo Draghi ayer que el BCE es una institución independiente y que Alemania y la europeísta Angela Merkel, que incluso había pedido una subida de tipos, no le marcan el rumbo ni le imponen las decisiones que debe adoptar. Cualquiera lo diría después de lo mucho que se lo ha pensado para aprobar la tímida y tardía rebaja de ayer a pesar del retroceso de la inflación y las pesimistas previsiones económicas en la eurozona, al tiempo que deja para mejor ocasión medidas que de verdad contribuyan a que circule el dinero por las venas de la economía real.
Dijo también que no es función del BCE fomentar medidas expansivas pero no se cortó a la hora de recetar más austeridad y recortes en el gasto público a los países con problemas. Puede que Draghi le haya ganado este pulso puntual a Merkel, pero si bien se mira, la suya no pasa de ser una pírrica victoria que sólo beneficia a los bancos y a Alemania, que seguirá financiándose a precios de risa mientras en países como España los bancos seguirán guardando el paraguas hasta que deje de llover y, para entonces, todos ahogados.
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