Con injustificada satisfacción recogen hoy algunos medios los timoratos “avances” de la Unión Europea para luchar contra el fraude fiscal, los paraísos en la Tierra y otros modos retorcidos pero bien conocidos de llevárselo crudo sin pasar por la ventanilla de Hacienda. El “caso Bárcenas” es bien ilustrativo. Si no basta, echen un vistazo a las ridículas liquidaciones de impuestos de las grandes multinacionales que tributan en aquellos países que, dentro de la propia UE, les ofrecen impuestos más bajos que los que tendrían que pagar en los que consiguen sus pingües beneficios.
De armonizar y homogeneizar el impuesto de sociedades en el seno de la propia Unión Europea nada dijeron ayer los jefes de Estado y de gobierno reunidos en una nueva cumbre de la que ha nacido otro ratoncillo famélico, como en tantas ocasiones anteriores. Se comprometen los 27 a tener ultimado antes de fin de año un mecanismo de intercambio de información fiscal de personas jurídicas – el de las físicas parece que ya existe, aunque sus resultados prácticos a la vista están. En todo caso, uno piensa que la directiva de marras debía haber estado en funcionamiento hace mucho tiempo y no ha sido así.
Claro que para eso habría que haber vencido antes las reticencias de países como Austria o Luxemburgo, el segundo de los cuales funda su riqueza precisamente en ser un paraíso fiscal. Ahora parecen haberse ablandado algo pero condicionan su oposición a levantar el secreto bancario al resultado de las negociaciones que la Comisión Europea deberá abrir con Andorra, San Marino, Liechtenstein y Mónaco, grandes superpotencias de las cuentas opacas incrustadas en pleno corazón comunitario y cuya existencia como estados con himno y bandera sólo se justifica precisamente por servir de escondite a los grandes evasores físicos y jurídicos. Y luego nos queda Suiza, país extracomunitario con el que también será necesario llegar a acuerdos para que colabore en esta batalla contra el fraude fiscal. Veremos hasta dónde están dispuestos los helvéticos a poner en riesgo su principal y casi única actividad económica.
Los que consideran un avance histórico lo acordado ayer en Bruselas recuerdan que ya Estados Unidos ha iniciado su lucha particular contra la evasión de impuestos, con la importancia que tiene para que esa lucha sea exitosa en un mundo en el que los capitales no saben de fronteras que se afronte globalmente. Por lo demás, es cuando menos insultante que algunos líderes comunitarios hablen de la necesidad de luchar contra el fraude por razones que podríamos calificar de “morales”.
Pues claro que los recortados ciudadanos de a pie, los parados o los pensionistas que no tenemos ni dinero ni oportunidad de esconderlo en paraísos fiscales estamos asqueados de tener que cargar con el peso de la crisis por la vía de los recortes o las subidas de impuestos, mientras políticos o grandes empresarios burlan tranquilamente a Hacienda y luego son generosamente amnistiados.
Claro que estamos hartos de oír desde hace años a los presuntos líderes europeos prometer que acabarán con los paraísos fiscales mientras no mueven un solo músculo para hacerlo. El Parlamento Europeo ha calculado que solo en la Unión hay un billón de euros ocultos en paraísos fiscales, una cifra equivalente al PIB español o al presupuesto de la UE para el periodo 2014-2020. Ante la cuantía del escándalo, no por más conocido menos indignante, a los líderes europeos sólo se les ocurre impulsar una directiva comunitaria sobre intercambio de información fiscal.
En un rapto de inexplicable euforia que demuestra que en este asunto a la UE la fuerza se le escapa por la boca con la misma facilidad con la que el dinero huye a Suiza, uno de ellos hasta declaró que el de ayer fue un mal día para los evasores fiscales. Seguro, es probable que esta noche no hayan podido pegar ojo.
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