Admito que hoy ha sido fácil dar con el título de esta entrada en el blog, algo a veces más complicado de lo que parece. La catarata que esta mañana inundó el Congreso de los Diputados en la primera sesión del nuevo curso político es una espléndida metáfora de la situación general del país.
Ahí estaban muertos de la risa unos cuantos turistas presuntamente japoneses sacando fotos del chaparrón parlamentario. A su regreso se las enseñaran a los amigos para demostrarles lo serio que es el país que quería arrebatarle a Tokio y a Estambul los Juegos Olímpicos de 2020 con el imbatible argumento de lo relajante que es tomarse una cup of café y leche en la Plaza Mayor.
Así, mientras el Congreso de los Diputados amenazaba con convertirse en una piscina olímpica, el presidente Rajoy ponía cara de palo y reiteraba que, sobre Bárcenas, no tiene nada más que decir y que nadie ha desmentido lo que ya dijo en aquel fiasco de pleno anterior al verano. Todo eso un día después de que conociéramos las nuevas andanzas de la misteriosa cabeza borradora que pulula por Génova 13, que poco a poco ha ido acabando con los discos duros de ordenador sospechosos de contener información comprometida para la cúpula popular y su cada vez menos presunta contabilidad b.
La eficiencia de este virus que acaba con todo lo que contenga la palabra Bárcenas afecta ya hasta a las agendas de las secretarias de los tesoreros populares que, ni cortas ni perezosas, no dudaron en destruirlas para que nunca se llegue a saber quiénes visitaban la sede popular a depositar la mordida que les permitía luego hacerse con jugosos contratos públicos en las administraciones gobernadas por el PP.
Nada de esto inmuta a Rajoy y a los suyos: ellos se limitan a ver llover y esperan pacientes a que escampe aunque el diluvio amenace ya con anegar el país entero de lodo.
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