El comité que anualmente se reúne en Oslo para decidir el Premio Nobel de la Paz ha vuelto a decepcionar a medio mundo. La posibilidad de que la joven pakistaní Malala fuera la elegida había hecho abrigar a muchos la esperanza de que el devaluado galardón recuperara el brillo perdido tras los sonoros tropiezos con Obama o la Unión Europea, por no remontarnos a Kofi Annan o al siniestro Henry Kissinger. Sin embargo, Malala se queda por ahora sin un merecido reconocimiento mundial al coraje con el que ha afrontado la brutalidad de los talibanes que le dispararon en la cara por ir a la escuela y escribir en un blog.
El honor se lo lleva este año la OPAQ, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, que ni siquiera aparecía entre los favoritos. A nadie le puede pasar desapercibida la relación entre esta decisión y el conflicto sirio. El propio comité noruego ha reconocido en la justificación del premio la necesidad de acabar con los arsenales químicos y ha recordado la masacre que con ese tipo de armas se produjo recientemente en Siria. No se trata de que la OPAQ no merezca el Nobel, sino del sesgo político casi a la carta con el que vuelve a actuar el comité.
Es cierto que la organización ganadora lleva veinte años luchando contra las armas químicas en todo el mundo. Sin embargo, que se le conceda el Nobel de la Paz justo cuando otro Nobel de la Paz como Obama aún mantiene en suspenso una intervención militar en Siria por el uso de armas químicas resulta un tanto desconcertante. Nada se habría perdido con aguardar a que concluyera la destrucción del arsenal químico sirio para concederle el premio.
Al ignorar a Malala, el comité del Nobel de la Paz desoye también las esperanzas que la posible concesión del premio a la joven pakistaní había suscitado en medio mundo, admirado de su fuerza, de su tesón y de su valentía. Este mundo nuestro está más necesitado que nunca de ejemplos vivos como el de Malala, que con sólo 16 años se ha convertido en un fenómeno de masas pero, sobre todo, en la voz de tantas y tantas mujeres de todo el mundo sojuzgadas, agredidas, recluidas y asesinadas sólo por el hecho de ser mujeres.
Se puede argumentar que es muy joven aún y que la concesión del Nobel le habría supuesto una carga personal demasiado pesada para su corta edad y un riesgo para su propia seguridad. Puede ser y hasta puede ser que el valor de esta joven, que ya se ha hecho merecedora del Premio Sajarov, se vea recompensada con el Nobel de la Paz un año de estos.
Eso debería de ocurrir más pronto que tarde, siempre que los señores del comité noruego consigan por fin volver a conectar sin interferencias políticas con el sentir y el padecer de millones de personas en el mundo. A la espera, pongamos en letras de oro esta frase de Malala: “Tomemos nuestros libros y nuestros bolígrafos, pues son las armas más poderosas. Un niño, un profesor, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo. La educación es la solución".
No hay comentarios:
Publicar un comentario