Cuenta la Biblia (Hechos de los Apóstoles, 9:1-18) que dirigiéndose San Pablo a Damasco para perseguir a los cristianos, una intensa luz hizo que cayera del caballo y perdiera la visión. Ya en Damasco, Ananías le impuso las manos en nombre de Jesucristo y Pablo no sólo volvió a ver sino que se bautizó en el acto. Salvando todas las distancias temporales y circunstanciales, algo parecido debe de haberle pasado a la ministra de Fomento, Ana Pastor, y su anuncio de rebajar las tasas aeroportuarias en España en beneficio de un mayor trasiego de pasajeros por los aeropuertos de este país, en algunos de los cuales aún no ha aterrizado un solo avión.
Después de dos años asegurando y jurando que unas tasas más baratas no implican un mayor número de pasajeros, Pastor ha visto la luz. Probablemente la conversión le ha sobrevenido en la inmensa y desangelada T-4 del madrileño aeropuerto de Barajas, esa que cuando los viajeros tienen que recorrer de punta a punta inmediatamente se rebajan de dieta, bicicleta y footing durante dos semanas. Seguramente fue cuando estaba a punto de tomar un vuelo a algún lugar de sus dominios continentales o de ultramar, caso de Canarias.
Al ver aquel deprimente espectáculo de inacabables pasillos vacíos, advirtió la ministra el mismo resplandor cegador que San Pablo camino de Damasco y, por unos momentos, quedó deslumbrada. La intensidad de la luz fue tal que Pastor hasta olvidó como por ensalmo lo que ella o su compañero de gabinete José Manuel Soria habían dicho durante meses sobre lo inútil y perverso que es para la sagrada competencia rebajar las tasas para atraer más viajeros. De este modo, Pastor ha pasado a convertirse en una ferviente creyente de esta nueva verdad revelada expresada en una frase que quedará para la posteridad: las tasas baratas son la solución para atraer visitantes a España y para mejorar la movilidad de los españoles.
Dice también la Biblia que, tras caer del caballo, Pablo escuchó la voz de Dios preguntándole por qué le perseguía. Ignoro si Ana Pastor escuchó voces durante su conversión aérea en la T-4 de Barajas pero es muy probable. Por ejemplo, las de los empresarios madrileños, alarmados ante la caída del turismo en la Villa y Corte; o la de los máximos responsables de la comunidad autónoma, para los que de ningún modo se puede permitir la afrenta de que Barajas y los 6.000 millones de euros enterrados en su T-4 tenga menos pasajeros que el Prat de Barcelona, sobre todo ahora que va camino de convertirse en el aeropuerto de la capital del “nuevo Estado de Europa”.
Sin duda, en la conversión de la ministra a la fe en las tasas bajas han debido de pesar mucho más estas voces que las que, lejanas pero claras, llevaban también meses escuchándose en un lugar muy apartado del continente europeo llamado Canarias y a las que hasta ahora o no se les prestaba atención o se despachaba con desdén y acusaciones de victimismo. Claro que en Canarias el PP no gobierna y sí lo hace en Madrid, lo que explica por qué unas voces se escuchan y atienden con prontitud mientras otras se ignoran y ridiculizan.
Con todo, para unos está por ver que con tasas más bajas vengan más turistas a Barajas y a otros aeropuertos como los de ese lejano lugar llamado Canarias y si no es incluso un error enrojecer aún más los ya encendidos números rojos de AENA, que terminaremos pagando todos para que al final la empresa pública ya saneada termine en las manos del mejor postor; otros, en cambio, no albergan ninguna duda de que con tasas más bajas se recuperará el tráfico aéreo y el tránsito de pasajeros y hasta puede que AENA salga ganando.
Con todo, para unos está por ver que con tasas más bajas vengan más turistas a Barajas y a otros aeropuertos como los de ese lejano lugar llamado Canarias y si no es incluso un error enrojecer aún más los ya encendidos números rojos de AENA, que terminaremos pagando todos para que al final la empresa pública ya saneada termine en las manos del mejor postor; otros, en cambio, no albergan ninguna duda de que con tasas más bajas se recuperará el tráfico aéreo y el tránsito de pasajeros y hasta puede que AENA salga ganando.
Eso lo dirá el tiempo, aunque la experiencia previa a la portentosa conversión de la ministra demuestra que si no es la panácea sí ayuda al menos a que las compañías aéreas se animen a abrir nuevas rutas. Pero tal vez todo eso pueda considerarse incluso secundario ante la prodigiosa conversión de Ana Pastor, digna por méritos propios de engrosar el Gran Libro de las Conversiones de la Era Rajoy, ya plagado de no menos sobrenaturales caídas del caballo.
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