En una entrevista en LA VANGUARDIA, (leer aquí) Cristóbal Montoro, el ministro más dicharachero del gobierno que preside Mariano Rajoy, ha venido a reconocer entre líneas que España no podrá cumplir su objetivo de reducir el déficit hasta el 4,4% en 2012 y mucho menos alcanzar el 3% sólo un año después. En realidad ya lo había dicho con más claridad el pasado viernes, aunque apenas unas horas después la vicepresidenta y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría, le enmendó la plana y aseguró que España cumplirá ese objetivo aunque ello suponga realizar más recortes.
A Montoro no se le escapa que bajar en sólo un año de un déficit de más del 8% al 4,4% es tarea titánica que tendría que pasar, entre otras cosas, por una subida del IVA o por tocar los impuestos especiales, y ambas opciones parecen descartadas (de momento). Todo ello, además, en un escenario económico negrísimo en el que el Fondo Monetario Internacional vaticina que la economía española caerá este año cerca de un 2% y para el que los expertos calculan que la tasa de paro escalará hasta el 24%.
Por eso, el ministro ya insinúa que si Bruselas (léase Angela Merkel) no cede en su sacrosanta política de estabilidad presupuestaria, la medicina de caballo que habrá que aplicar sólo conseguirá agravar mucho más la salud del enfermo (algo en lo que, por otra parte, coinciden casi todos los analistas). Estaríamos hablando de un ajuste de 50.000 millones de euros frente a los 16.500 con los que arrancó la era de ajustes de Rajoy hace menos de un mes.
De ahí que Montoro ande sondeando la posibilidad de retrasar en el tiempo el cumplimiento del objetivo de déficit, tal y como propuso Alfredo Pérez Rubalcaba en la última campaña electoral para rechifla de los populares. La demora permitiría inyectarle algo de oxígeno al enfermo por la vía de medidas de dinamización económica que el gobierno de Rajoy sigue sin poner en marcha y mucho menos anunciar.
Claro que, para ello, hay que contar con la señora Merkel, obsesionada con su intención de hacer pagar a los manirrotos países del sur sus alegrías presupuestarias de la época de vacas gordas. De manera que, si Merkel no quiere, hay poco que hacer. La canciller es de las personas que piensan que no hay mejor remedio para una enfermedad que aplicar siempre el mismo tratamiento, aunque las evidencias demuestren que sus efectos son los contrarios a los deseados. Muera el paciente si es preciso, pero muera sin déficit.
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