Dice el ministro de Justicia
que en España hay una "violencia estructural sobre la mujer
embarazada" que la conduce a abortar. Lo ha dicho en el Congreso de los
Diputados en respuesta a una pregunta parlamentaria de la oposición y leyendo
de una libretita de anillas. Es decir, que tenía la respuesta bien preparada. Decirlo y "ponerlo a
parir" toda la oposición y las asociaciones de mujeres ha sido una sola
cosa y expectantes esperamos la reacción de la Conferencia Episcopal.
En
cualquier caso, Ruiz Gallardón, al que siempre se ha presentado como uno de los
representantes del ala moderada del PP, ha vuelto a acaparar titulares,
comentarios y editoriales en todos los medios de comunicación. Lo mismo ocurrió cuando
habló de modificar la actual Ley del aborto para retrotraerla a una situación
en la que abortar era considerado delito; o cuando anunció el cobro de tasas
por la segunda instancia judicial o las bodas ante notario.
Pero más allá de que el
ministro demuestra con esas manifestaciones que de moderado no tiene mucho amén
de un profundo desconocimiento de la realidad de las mujeres que se ven en el
trance de abortar, sus palabras han servido para ponerle sordina a las negras
perspectivas económicas que nos regala a diario el Gobierno del que forma
parte. Es la vieja táctica de
lanzar cortinas de humo que, a lo que se ve, sigue funcionando. Mientras
hablemos de lo que dicen Gallardón o Wert o cualquier otro ministro que no sean
los responsables de la economía, eso que habrán ganado.
Enredados en declaraciones
mediáticas que ocupan gruesos titulares dejaremos de pensar al menos por unas
horas en el hachazo a las inversiones públicas que se anuncia para este año, en
los recortes en los servicios básicos o en la reforma laboral. Hablemos pues
del aborto, creemos debates artificiales mientras nos la meten por la escuadra.
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