No engañaba Rajoy cuando
presumía en Bruselas ante sus colegas de que la reforma del mercado de trabajo
que iba a aprobar su gobierno le costaría una huelga general. No iba de farol
el presidente, al contrario, sabía bien de lo que hablaba y los hechos no han
tardado en darle toda la razón. Rajoy, para no ser menos que Zapatero o que
Aznar o que Felipe González, ya tiene también su huelga general, sólo que él ya
sabía de antemano y con toda certeza que se la iban a convocar.
En realidad, puede decirse
que cuando pensó en su reforma laboral lo hizo con la vista puesta no sólo en
los sagrados mercados y en satisfacer los deseos de la patronal regalándoles
una reforma claramente desequilibrada en beneficio de la parte empresarial,
sino en la línea de flotación de los sindicatos en la que impacta de lleno y
le abre una seria vía de agua.
Huelga inevitable
¿Qué podían hacer los
sindicatos si no convocar una huelga general? No es realista, como hacen
algunos, apelar al dialogo con el Gobierno ni confiar en que los aspectos más
duros de la reforma como el drástico abaratamiento del despido y la
simplificación de sus causas se suavicen en el trámite parlamentario del
proyecto de ley.
Por tanto, ante una reforma
que los sindicatos saben que no podrán modificar por la vía del diálogo con el
Gobierno ni por la vía parlamentaria y que, además, cuestiona con tanta
profundidad su propio papel en el nuevo marco de relaciones laborales que se
perfila, su única alternativa era convocar una huelga general.
Alto riesgo
Sin embargo, es una
convocatoria extraordinariamente arriesgada por varias razones. El pesimista
estado de ánimo económico de la sociedad española no es el caldo de cultivo más
idóneo para que una huelga general tenga éxito y, aunque lo tuviera, eso no
garantizaría una reforma menos agresiva para con los trabajadores. Por otro lado, debido a sus
propios errores, los sindicatos son en parte responsables de generar escasa
empatía social, a lo que hay que sumar la campaña inmisericorde de derribo y
desprestigio mediático ya en marcha.
Cabe suponer que todos esos
factores han sido cuidadosamente analizados y sopesados por las cúpulas de UGT
y CCOO antes de dar un paso que, en última instancia, estaban obligadas a dar a
pesar del riesgo de cosechar una magra respuesta como la que se produjo en la protesta
general contra la reforma laboral de Rodríguez Zapatero.
Hay razones
Sin embargo, hay razones de
mucho peso para que la huelga general sea un éxito y el pesimismo reinante se
torne en exigencia social clara de que
la vía marcada por los mercados y el Gobierno no es la que nos va a sacar de la
crisis sino la que nos va a enterrar con ella.
La durísima reforma laboral
que borra de un plumazo la cultura del diálogo y la concertación social de la
democracia y deja inermes a los trabajadores ante los empresarios, es sin duda la
razón más importante, aunque podrían añadirse varias más: ajustes y recortes
que recaen una y otra vez sobre las mismas espaldas, actuación timorata cuando
no claramente favorecedora de los grandes poderes financieros o involución
ideológica en el terreno de las libertades. Argumento todos ellos de peso para que
Mariano Rajoy tenga la huelga general que esperaba y que se merece.
O dicho a la manera de Carlos Cano......
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