En un rapto místico digno de Santa Teresa,
el presidente del cabildo de Tenerife acaba de proponer que la virgen de
Candelaria sea declarada presidenta honorífica de la corporación insular. Tal
vez transportado por la visión divina, Carlos Alonso olvidó por
completo lo que dice el artículo 16.3 de la Constitución Española: “Ninguna confesión tendrá
carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás
confesiones”. Dudo que las “consiguientes relaciones de cooperación
con la Iglesia Católica y las demás confesiones” a las que alude la
Constitución incluyan convertir a las patronas, por muy patronas
archipielágicas que sean, según Alonso, en presidentas de una institución
política como un cabildo. Claro que no soy doctor en teología e igual estoy
equivocado de medio a medio. De hecho, Alonso se provee de
poderosas razones teológicas para sustentar su propuesta: “Elevarla a
Presidenta de Honor del cabildo de Tenerife – ha dicho – es hacernos un gran
honor a nosotros mismos y es algo que merece la virgen morena de
Candelaria, que reina en el corazón de todas las Islas Canarias”. No
creo que el obispo nivariense lo hubiera expresado de manera tan honda y
sentida como Alonso.
La propuesta de Alonso me recuerda que
cuarenta años después de aprobada la Constitución aún no se ha puesto fin en
este país a la promiscuidad entre los ámbitos religioso y civil y que lo del
Estado aconfesional no es más que un concepto vacío de escasos efectos prácticos. Sin detenernos ahora en la enseñanza de la religión o en los
impuestos que no paga la Iglesia Católica, ya lo ponen de manifiesto con
excesiva frecuencia las procesiones escoltadas por compañías militares; por no
mencionar las presididas por alcaldes y concejales, las peinetas de
Cospedal en el Corpus de Toledo, los funerales de estado presididos por obispos
y la jura de la mismísima Carta Magna ante un crucifijo. Resabios de un nacionalcatolicismo cutre del que no terminamos los españoles de liberarnos del todo
y con los que la práctica totalidad de los representantes públicos no parecen
sentirse muy incómodos.
De manera que si el ex ministro del
Interior Fernández Díaz no tuvo nunca empacho alguno en condecorar de forma
reiterada a alguna virgen de su devoción como la de los Dolores, lo que hace Carlos Alonso no es más que ser
fiel a la vieja y acreditada tradición patria de entronizar vírgenes y santos
al frente de instituciones civiles. Que los ciudadanos a los que se debe y
representa el cabildo comulguen o no con las creencias religiosas del
presidente, que sean católicos, protestantes, musulmanes, budistas, ateos o
agnósticos, no parece que sea asunto sobre el que Carlos Alonso se haya parado
mucho a pensar. Lo más peligroso que tienen estos arrebatos de éxtasis es que se empieza nombrando
presidenta de Honor del cabildo a la virgen de Candelaria y se acaban
organizando novenarios y romerías para que llueva o se solucionen los atascos
de tráfico. Aunque ya puestos a nombrar presidente de Honor
Plenipotenciario a alguien con muchos poderes para resolver lo de las
carreteras, sería mucho más práctico inclinarse por San Mariano.
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