¿Se exagera
con las alertas meteorológicas como la que acabamos de vivir en Canarias? Yo
creo que sí, que se sobreactúa tal vez con la intención de que si ocurre lo
peor no haya motivo de reproche ni crítica. Este fin de
semana ha llovido en Canarias y ha hecho viento pero tanto una como el otro han
estado por debajo de las previsiones meteorológicas. Al margen de los problemas
puntuales del tráfico aéreo en algunas islas, de algunos desprendimientos en
determinadas carreteras y de varios cortes del suministro eléctrico, nada más
hay que reseñar del paso de esta borrasca por las islas. A la alerta máxima por
lluvias y viento decretada por el Gobierno canario, se unieron enseguida ayuntamientos y cabildos con un verdadero
diluvio de comunicados sobre suspensiones y aplazamientos de actividades debido
al mal tiempo; ni queriendo le habrían podido dar cauce los medios de
comunicación a tantos comunicados. En muchos casos, estas comunicaciones han llegado también acompañadas de
toda suerte de consejos de autoprotección para los ciudadanos ante lo que se suponía
que se avecinaba. Puede que contagiados por la bola de nieve que no paraba de
crecer y por la urgencia de aprovechar el fenómeno para generar visitas de
internautas, la inmensa mayoría de las ediciones digitales de los periódicos de
papel no pararon de alertar en grandes y gruesos titulares de la proximidad del
fenómeno y de sus posibles consecuencias.
De esta manera, entre instituciones
públicas sobreactuando y medios de comunicación digitales a la caza de lectores
ansiosos, se fue generando un clima de sobreexitación, palpable con claridad en
las redes sociales, impropio de una sociedad adulta ante un fenómeno
absolutamente normal en invierno, por más que en Canarias se prodigue ahora
mucho menos que hace unas décadas. En mi modesta opinión, no creo que
exagerando la nota para llamar la atención de la ciudadanía sobre los riesgos
de una borrasca se garantice mejor la seguridad. Tiene por otro lado el
inconveniente de tratar a los ciudadanos como infantes de pecho y no como
adultos a los que, como tales, se les supone el sentido común para no arriesgar
su seguridad y las de los demás innecesariamente. Y si eso ocurriera, existen
normas y mecanismos para sancionar a los imprudentes que pongan en riesgo la
vida de los demás o generen gastos públicos innecesariamente. Aplíquense a
quienes hacen caso omiso de las recomendaciones.
Vivimos ya en una sociedad notablemente
infantilizada en la que se ha perdido buena parte de algo tan elemental como la
percepción del riesgo y en la que no dudamos en apelar al estado para que venga
en nuestro rescate cuando somos víctimas de nuestras propias niñerías. No creo que la máxima
a seguir por parte de administraciones y medios de comunicación ante este tipo
de fenómenos – da igual que sea una borrasca que una ola de calor, - sea
pasarse con la cantidad de información que se difunde antes que quedarse corto:
el exceso genera ruido y distorsiona el mensaje, que en buena medida termina así transformado en memes y chascarrillos en las redes sociales en las que naufraga por completo. No lo digo
yo, ya lo decían hace mucho tiempo los griegos: eso que llamamos virtud,
aplicable también a este caso, es el punto intermedio determinado por la razón
y por aquello que decidiría una persona prudente ante una borrasca como la del
fin de semana. El mérito está en encontrar ese punto y acercarse lo más posible
a él, no en pasarse por temor a quedarse corto.
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