Nada parece
más prioritario en España desde ayer que discutir si son galgas o podencas. Si
lo que la portavoz – sí, la portavoz – de Podemos quería conseguir era llamar
la atención y abrir un debate inútil, pedestre y desenfocado hay que
reconocerle que lo ha conseguido. Lástima que haya sido para reivindicar algo
tan ajeno a los problemas reales de los ciudadanos como que a las portavoces se
las llame portavozas para visibilizar
– dice – la realidad femenina. Doy por supuesto que Irene Montero tiene
estudios primarios, en cuyo caso debe saber que el término “portavoz” solo
significa “persona autorizada para comunicar a la opinión pública lo que piensan
acerca de un asunto determinado las instituciones políticas o sus
representantes”. Exactamente lo que ella hace cuando habla en la tribuna del Congreso o en una rueda de prensa: transmitir, comunicar.
Podríamos decir que “portavoz” es sencillamente quien porta o
transmite la voz – femenino, por
cierto -, no la voza. Por lo demás, se trata de una palabra de
género común – igual en masculino que en femenino – que se define por el artículo que la precede. Así,
decimos la portavoz o el portavoz y nada ni nadie se debería
violentar por ello. En consecuencia, me parece digno del que asó la manteca afirmar
que decir “portavoz” y no “portavoza”, cuando
quien ejerce esa función es una mujer, es una muestra más de lenguaje sexista. Tengo para mi que el problema está en la propia Irene Montero, puesto que no son las palabras sino quienes las oyen y las interpretan de una manera determinada a quienes se les puede motejar de sexistas. Nadie más que ella había visto hasta ahora sexismo en una palabra como "portavoz", libre de sospecha hasta que la portavoza ha ordenado enviarla al fuego eterno.
Claro que hay numerosas palabras en el diccionario que responden a los inveterados usos y costumbres de una sociedad patriarcal y que es imprescindible ir desterrando del lenguaje común para hacerlo más integrador. De hecho, muchas
de ellas han ido desapareciendo a medida que ha ido cambiando la mentalidad
social, un proceso que no se hace de hoy para mañana ni a golpe de proclama
política. Los propios académicos lo reconocen, aunque también recuerdan que no
son los miembros de la Academia los que quitan o ponen palabras en el
diccionario, sino la sociedad al usarlas u olvidarlas. Portavoza no es precisamente un término que se escuche en la calle
o en las cafeterías a la hora de tomar café. Por eso, la pretensión numantina
de Montero y la sonrojante adhesión del PSOE a su posición para convertir el
palabro de marras en una suerte de bandera reivindicativa del feminismo, es
cuando menos digna de mejor causa. Pues no habrá peleas en defensa de la igualdad de género en las que luchar que no pasan precisamente por retorcer las palabras para que digan
lo que una determinada y muy concreta opción ideológica quiere hacerles decir.
Porque
ahí es donde reside la clave de todo esta absurda polémica, en la pretensión de
Podemos de imponer su visión ideológica de la realidad y descalificar como
machista y sexista a quienes osen
llevarle la contraria. Lo sorprendente es que el PSOE le haya comprado esa
fruta averiada al partido de Pablo Iglesias, de donde se deduce que tampoco por
Ferraz andan para muchos trotes ideológicos. De hecho, Montero ni siquiera es original en
su defensa a machamartillo del lenguaje feministamente correcto. Hace años ya
que Carmen Romero, la ex esposa de Felipe González, se lució para los restos
con sus “jóvenes” y “jóvenas”; algo más
recientemente también subió al podio de las batatadas patrias la ex ministra
Bibiana Aído con los “miembros y las miembras”, provocando ambas más hilaridad
que reflexión sobre el sexismo en el lenguaje. Se olvidan ellas y quienes
defienden ese tipo de argumentos en los que se confunde el género con el sexo, que el sexismo no radica en las palabras sino
en las personas. Es ahí en donde de verdad deberíamos todos poner el esfuerzo y
no en polémicas de campanario para conseguir titulares y titularas.
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