La política en
España es desde hace meses una insufrible trama de enredos sin término ni
objetivo, debates de campanario sobre himnos, banderas, palabras, naciones o lenguas en
los que tan a gusto se siente la derecha y la izquierda, tanto da que da lo
mismo. En la derecha, los machos alfa Rajoy y Ribera se embisten con saña en su
pugna por controlar el mismo espacio político y en la izquierda, que haberla se
supone que la hay, Podemos y el PSOE dan muestras de la más completa sequía
política. Más allá de eslóganes y proclamas, no se escucha ni una propuesta
coherente ni un programa de gobierno que desmienta la indigencia intelectual y
política de Sánchez e Iglesias. Completan el desolador panorama
unos nacionalistas catalanes que van camino de batir todas las marcas del
ridículo y que, como empiezan a poner de manifiesto algunas encuestas, aburren y hastían ya hasta a los suyos.
Es patético que una discusión sobre lo símbolos traída por los pelos de una cantante en busca del protagonismo mediático perdido, ocupe el centro del debate político de un país cuyos
ciudadanos lo que demandan es trabajo digno y decencia política. Por lo demás, no niego que
haya que echarle una seria pensada al singular modelo de inmersión lingüista en
Cataluña y al papel residual del castellano en esa comunidad autónoma. Eso es
una cosa y otra bien distinta actuar con ventajismo político y ampararse en el
poder que da el 155 para intentar perpetrar un golpe de mano en el sistema
educativo. Por su parte, si a las fuerzas nacionalistas catalanas les queda un
gramo de vergüenza torera, deberían abandonar de una vez el estúpido juego de
tronos al que llevan entregados hace más de un mes y emplearlo en formar un
gobierno que se ocupe por fin de la sanidad, la educación y la economía de los
catalanes. Todo ello dejado de la mano de Dios desde que el calenturiento
independentismo se enseñoreó de las instituciones catalanas y se embarcó en una
ensoñación soberanista tan descabellada como perniciosa para los ciudadanos de
Cataluña.
Los españoles tienen problemas muy serios como para que los políticos se permitan perder el tiempo
discutiendo cuestiones banales como la letra del himno o el sexismo de las
palabras. Deben bajar de una vez del campanario
en el que llevan tanto tiempo encaramados y darles una respuesta a los
pensionistas en lugar de insultarlos, como ha hecho el inefable portavoz del PP
al asegurar que no les ha ido tan mal con la crisis. Olvida éste, que más que
portavoz es un bocazas incorregible, que han sido los pensionistas los que han sostenido a las
familias en paro de este país a pesar de sus míseras pensiones. En el mismo sentido, es intolerable
que las protestas ante la escandalosa discrininación salarial por razón de sexo sean
calificadas de “elitistas” por el partido del Gobierno o que el mismísimo
presidente despache el problema con un bochornoso “no entremos ahora en eso”.
La corrupción, de la que todos se acusan mutuamente, requiere soluciones: no pueden continuar con el palabrerío y el postureo que no engaña a nadie y demuestra que la voluntad real
de luchar contra esa lacra es exactamente ninguna. A los trabajadores que no
salen de pobres o a los investigadores que tienen que hacer las maletas o los parados de más de 45 años que han perdido las esperanzas de volver a trabajar o a los jóvenes tratados como mano de obra barata no se
les resuelve el problema poniéndole letra al himno nacional. Ya vale de
tomarnos el pelo y ya es hora de que todos estos asuntos reciban atención por
parte de quienes tienen la obligación de afrontarlos porque para eso han sido
elegidos y para eso cobran de nuestros impuestos. Es indignante este
enredo permanente y absurdo de unos políticos a los que parece preocuparles mucho más poner
su culo a salvo en las próximas elecciones que cumplir con sus obligaciones
democráticas. ¡País!, que diría el llorado Forges.
No hay comentarios:
Publicar un comentario