Mali y el rostro de la guerra


La foto de un soldado francés en Mali cubriéndose la cara con un pañuelo en el que aparece dibujada una calavera ya ha proporcionado a la intervención militar francesa en ese país africano un icono del verdadero rostro de esta nueva guerra. Así como las imágenes del napalm en Vietnam o los abusos en la cárcel irakí de Abu Ghraib se han convertido por derecho propio en imágenes imborrables para la memoria de la intervención estadounidense en aquellos conflictos, la de este militar francés ha levantado ya una ola de críticas en Francia y ha obligado al ejército a reconocer que proyecta una idea equivocada sobre los objetivos de la misión. 

¿Equivocada? Tal vez no tanto. En los últimos días han comenzado a llegar informes de ONGs y de periodistas que se encuentran sobre el terreno – al menos hasta donde los militares les permiten llegar - en los que se narran con mucho detalle las atrocidades que los bandos en conflicto están infligiendo a la población civil de las zonas en las que tropas francesas y africanas se enfrentan a los rebeldes yihadistas. Ejecuciones sumarias, desapariciones, amputaciones, lapidaciones, torturas y violaciones son las más comunes.

Se acusa de estos crímenes tanto a los rebeldes islamistas como a los soldados malienses: los primeros como represalia contra la población civil de la que se sospeche que colabora con las tropas leales al débil gobierno de Bamako y los segundos por la misma razón contra aquellos de los que se cree que pueden estar prestando ayuda o simpatizando con los yihadistas. En esta dinámica bárbara está muy presente también el odio étnico hacia las poblaciones del norte de Mali como los tuaregs, históricamente postergadas y apenas integradas cultural y económicamente en el conjunto del país, a las que también se pretende hacer pagar por su desafección o sus reivindicaciones de independencia.

El panorama no puede ser más complejo e incierto. Francia sigue adelante con su ofensiva militar contra los yihadistas sin más apoyo de momento que unos miles de soldados africanos, en su mayoría mal entrenados y, salvo los de Chad, sin experiencia para la guerra en el desierto. La voluble comunidad internacional parece haber decidido que, por ahora, esta es una guerra que Francia debe librar en solitario o, como mucho, con tibios apoyos logísticos y políticos. Esa soledad está empezando a crear un cierto malestar en París que de momento no se expresa en voz alta, aunque otra cosa puede ocurrir cuando empiecen a llegar los cadáveres de los soldados franceses muertos en Mali.

El reciente ataque a una planta argelina de gas con un saldo de casi 40 muertos ha puesto de manifiesto que Francia no se enfrenta a un ejército convencional sino a una amalgama de grupúsculos terroristas hasta ahora muy heterogénea pero capaz de aparcar sus diferencias para combatir al enemigo común. Además de las víctimas inocentes de esta nueva guerra, lo que más preocupa es que no se conoce hoja de ruta alguna que permita atisbar cuándo y cómo podrá Francia salir del avispero en el que se acaba de meter y si será capaz de hacerlo por sí misma o necesitará algo más que la ayuda de algunos países africanos.

Por ahora, todo apunta a que esta será una guerra larga y dolorosa que obligará al ejército francés a permanecer durante mucho tiempo sobre el terreno aún a riesgo de ser acusado de neocolonial. Paralelamente puede intentar fortalecer y estabilizar el gobierno maliense y entrenar a sus fuerzas armadas para que sean ellos los que tomen el relevo. Cuándo podrá ocurrir eso nadie puede predecirlo en estos momentos y de ahí que se hable ya de una suerte de Afganistán africano en Mali.

En cualquier caso, es mucho lo que está en juego, empezando por los propios intereses franceses que se verían seriamente amenazados por una especie de Estado talibán en la zona. Pero sobre todo está en juego la seguridad no sólo en Francia sino en toda Europa, a pesar de que la Unión Europea y la OTAN han preferido ponerse de perfil y verlas venir. España y Canarias están a unos escasos 2.000 kilómetros del foco del conflicto y su extensión a otros países del Magreb puede tener consecuencias imprevisibles.

La guerra que se está librando en Mali es en buena parte consecuencia de la interesada intervención occidental en Libia. Allí lucharon algunos de los grupos que hoy se enfrentan a las tropas francesas y de allí volvieron cargando en sus pick-up un sofisticado armamento que ahora vuelven a emplear contra Occidente. Pero llorar sobre la leche derramada no servirá para corregir aquellos errores ni, a lo que se ve, para evitar que sean una vez más los inocentes los que muestren al mundo la verdadera cara de la guerra. Como en todas las guerras.

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