Es la consigna que hay que mantener a toda costa: seguir agrandando y profundizando el hoyo para poder salir de él antes y mejor. Los datos de la Encuesta de Población Activa que acaba de publicar el Instituto Nacional de Estadística confirman que se está haciendo lo correcto. Que no hayamos llegado a los seis millones de parados por apenas 34.000 trabajadores que contra todo pronóstico se empeñaron en conservar su empleo, poco importa. Es, a pesar de todo, la mayor tasa de paro de la historia. Todo un triunfo.
Seguro que al ritmo con el que se destruyeron puestos de trabajo el año pasado tardaremos apenas dos meses en alcanzar la mágica cifra. Si eso no ocurriera siempre se puede endurecer más la reforma laboral y flexibilizar el despido. La patronal se encargará de pedírselo con insistencia al Gobierno y éste, siempre tan atento a las demandas de la sociedad civil, no tardará mucho en concedérselo si es, como en este caso, para crecer y crear empleo.
Si ni así conseguimos alcanzar y superar la sima de los seis millones de parados y los dos millones de hogares con todos sus miembros en paro, de los que nos hemos quedado también al borde, siempre se puede tirar de unos cuantos ERES en la administración pública y en algunas empresas que deseen aprovechar la temporada de rebajas para cuadrar sus cuentas de resultados.
Al Gobierno no le faltan ideas y arrestos para conseguir que llegue a todos los rincones del planeta la verdadera marca España, caracterizada por las largas e inútiles colas ante las oficinas del paro, ante los pocos comedores sociales que van quedando o ante los contenedores de basura. A su alcance tiene medidas de eficacia bien contrastada como seguir subiendo los impuestos a las clases medias o recortando en gastos superfluos como los de la sanidad, la educación o los servicios sociales básicos. Por cierto, debe desterrar cuanto antes de sus planes la prórroga de la ayuda de 426 euros a los parados que hayan perdido todas las prestaciones. ¡Que se jodan!
Es una advertencia inútil porque estoy convencido de que no lo hará pero, por si acaso, advierto de que ni por la cabeza debería de pasársele poner en marcha alguna medida que permita reanimar una economía en la que aparecen brotes verdes sin parar. ¿Para qué molestarse? Eso malograría el sagrado objetivo del cumplimiento del déficit que, aunque a pesar de todo no lo cumplamos, siempre podemos presumir ante Angela Merkel de que estamos en el buen camino. Anatema es también subirles los impuestos a los más ricos, no vayan a llevarse el dinero a Suiza y luego haya que pedirles por favor que lo regularicen a su entera satisfacción aunque su origen sea más negro que la noche negra.
Que ni se le ocurra dejar de poner dinero del bolsillo de todos los españoles para sanear los bancos, en peligro de herniarse bajo el peso del ladrillo. Y, por supuesto, tampoco debe atreverse a obligarles a aceptar la dación en pago para frenar los desahucios porque eso generaría un mal ejemplo moral que ríete tú de Luis Bárcenas, Urdangarín y compañía.
Lo que el Gobierno debe hacer para que más pronto que tarde lleguemos a los seis millones de parados y subiendo es continuar haciendo lo mismo que hasta ahora: facilitando el despido, deprimiendo el consumo, recortando el estado del bienestar, protegiendo a los bancos, cargando de impuestos a la escuálida clase media y haciendo la vista gorda ante los que los escabullen en Suiza.
Y al mismo tiempo, debe insistir en que esas son las medidas que este año permitirán que la economía española solo se contraiga un insignificante 0,5% y que el FMI diga misa, que ya sabemos que la oxigenada Lagarde y sus economistas de cabecera no suelen dar una en el clavo. No hay alternativa: seguir cavando es lo único que puede y debe hacer este Gobierno para alcanzar el pleno desempleo en España. Ánimo, el objetivo ya está al alcance de la mano.
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