El ministro de Hacienda tiene un problema muy serio: cuando se mira al espejo ya no se refleja su imagen sino la de Luis Barcenas interpuesta con mirada altiva y desafiante. El problema dura ya al menos una semana. El jueves pasado fue al Congreso de los Diputados a cantar las bondades de la amnistía fiscal que él mismo impulsó. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos para convencer a sus señorías del éxito de la medida, la imagen interpuesta de Bárcenas se le aparecía por todos los rincones de la sala.
Intentó conjurarla empleando un frase lapidaria: la regularización – vulgo perdón fiscal – no encubre el delito. Pero ni con esas. Esta mañana ha ido a afeitarse y ahí estaba de nuevo, interpuesta en el espejo, la imagen de Bárcenas mostrándole el escrito que le ha enviado al juez en el que le confirma que sí, que no hay duda alguna de que se aprovechó de la generosa amnistía fiscal para lavar su dinero oculto en Suiza y que lo hizo a través de una empresa suya con cuenta en ese país. Montoro ya no sabe qué hacer para acabar con la pesadilla sin tener que mudarse de domicilio, aunque es lo que debería hacer cuanto antes.
No es sólo al ministro al que se le aparece interpuesta la imagen de Bárcenas. Todo apunta a que por el mismo calvario pasan estos días otros compañeros de Gobierno o de partido. El propio Mariano Rajoy, en aparente estado de alucinación catatónica desde que estalló el escándalo de las cuentas en Suiza, tampoco pudo contemplar su imagen en el espejo cuando esta mañana entró al baño. Ahí estaba interpuesto Luis Bárcenas mostrándole el cuaderno en donde anotaba a mano y con letra un tanto desgalichada los sobresueldos que le pagó a él y a otros cargos del partido durante varios años. La epidemia ya se ha extendido a Mayor Oreja, Cospedal, Arenas, Álvarez Cascos, Rato y Acebes, entre otros. Incluso aparecen encumbrados empresarios y algún imputado en la trama Gürtell a los que también les da verdadero pavor mirarse al espejo no vayan a ver, en lugar de sus caras, la de Bárcenas libreta en mano.
La situación puede calificarse ya de pandemia. En la Casa Real, el Jefe del Estado se mira al espejo y desde hace varios meses lo único que ve es la imagen interpuesta de su yerno entreverada desde hace unos días con la del secretario personal de sus hijas.
El país entero tampoco se refleja ya en el espejo. Millones de ciudadanos entran todos los días al baño con la radio encendida y en el espejo sólo salen las imágenes interpuestas de Bárcenas, Camps, el Bigotes, Urdangarín, Carlos Mulas y muchos más en un totum revolutum indescifrable. Pasan los días, las semanas, los meses y los años y la alucinación general no remite.
Muchos españoles se plantean poner fin a la pesadilla rompiendo el espejo y construyendo uno nuevo que no refleje a toda hora las caras de la rapiña y la impunidad que nos devuelve con insistencia desde hace demasiado tiempo. Romper el espejo en mil pedazos es la única alternativa que nos queda para acabar con esta alucinación colectiva. Sólo así podremos volver a mirarnos en él sin espantarnos de la imagen que nos devuelve.
Intentó conjurarla empleando un frase lapidaria: la regularización – vulgo perdón fiscal – no encubre el delito. Pero ni con esas. Esta mañana ha ido a afeitarse y ahí estaba de nuevo, interpuesta en el espejo, la imagen de Bárcenas mostrándole el escrito que le ha enviado al juez en el que le confirma que sí, que no hay duda alguna de que se aprovechó de la generosa amnistía fiscal para lavar su dinero oculto en Suiza y que lo hizo a través de una empresa suya con cuenta en ese país. Montoro ya no sabe qué hacer para acabar con la pesadilla sin tener que mudarse de domicilio, aunque es lo que debería hacer cuanto antes.
No es sólo al ministro al que se le aparece interpuesta la imagen de Bárcenas. Todo apunta a que por el mismo calvario pasan estos días otros compañeros de Gobierno o de partido. El propio Mariano Rajoy, en aparente estado de alucinación catatónica desde que estalló el escándalo de las cuentas en Suiza, tampoco pudo contemplar su imagen en el espejo cuando esta mañana entró al baño. Ahí estaba interpuesto Luis Bárcenas mostrándole el cuaderno en donde anotaba a mano y con letra un tanto desgalichada los sobresueldos que le pagó a él y a otros cargos del partido durante varios años. La epidemia ya se ha extendido a Mayor Oreja, Cospedal, Arenas, Álvarez Cascos, Rato y Acebes, entre otros. Incluso aparecen encumbrados empresarios y algún imputado en la trama Gürtell a los que también les da verdadero pavor mirarse al espejo no vayan a ver, en lugar de sus caras, la de Bárcenas libreta en mano.
La situación puede calificarse ya de pandemia. En la Casa Real, el Jefe del Estado se mira al espejo y desde hace varios meses lo único que ve es la imagen interpuesta de su yerno entreverada desde hace unos días con la del secretario personal de sus hijas.
El país entero tampoco se refleja ya en el espejo. Millones de ciudadanos entran todos los días al baño con la radio encendida y en el espejo sólo salen las imágenes interpuestas de Bárcenas, Camps, el Bigotes, Urdangarín, Carlos Mulas y muchos más en un totum revolutum indescifrable. Pasan los días, las semanas, los meses y los años y la alucinación general no remite.
Muchos españoles se plantean poner fin a la pesadilla rompiendo el espejo y construyendo uno nuevo que no refleje a toda hora las caras de la rapiña y la impunidad que nos devuelve con insistencia desde hace demasiado tiempo. Romper el espejo en mil pedazos es la única alternativa que nos queda para acabar con esta alucinación colectiva. Sólo así podremos volver a mirarnos en él sin espantarnos de la imagen que nos devuelve.
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