Si yo fuera italiano hoy estaría muy contento y hasta lo celebraría por todo lo alto. No lo soy pero también me siento satisfecho al saber que el Senado tardará no más de 20 días en expulsar definitivamente del parlamento italiano a Silvio Berlusconi. Un aire nuevo y fresco comenzará a respirarse en Italia cuando el caimán deje de emponzoñar la vida política con su impresentable presencia, su populismo huero y su mitinera sarta de manidas acusaciones a los jueces y a la izquierda de querer acabar con él por la vía judicial.
Ya ha tenido bastante, se ha forrado a placer mezclando sus negocios privados y su cargo de primer ministro, ha sobornado a jueces, ha escandalizado y avergonzado a medio mundo con el bunga-bunga, ha construido un imperio mediático desde el que vender su producto averiado a una sociedad que, incomprensiblemente, ha creído en él. Respeto pero nunca he podido entender cómo una parte del electorado italiano ha podido seguir confiando en alguien que ha sido el hazmerreir de su país en medio mundo. Sin ser italiano he sentido verdadera vergüenza ajena ante las bufonadas del caimán y me he preguntado cómo era posible que siguiera recibiendo el apoyo electoral. Me lo sigo preguntando pero ya no me importa tanto la respuesta al saber que el Senado lo mandará a casa más pronto que tarde tras sus dos condenas firmes.
A la cárcel debería de ir dada la gravedad de sus delitos probados, aunque la Justicia italiana le permitirá elegir entre servicios sociales a la comunidad o arresto domiciliario atendiendo a su edad, 77 años. Se va pues el caimán y lo hace sin honor ni decencia, por la puerta de atrás de la política italiana y europea. Seguro que en muchas cancillerías europeas se ha lanzado hoy un hondo suspiro de alivio al saber que no tendrán que volver a soportar al payaso de todas las cumbres, al bufón de opereta de tercera de todas las reuniones importantes.
Su última payasada ha sido intentar dejar al gobierno de Enrico Letta a los pies de los caballos pero le ha salido el tiro por la culata, hasta los suyos le han traicionado en el último momento y han hecho lo que tenían que hacer: apoyar al Gobierno y evitar unas nuevas elecciones anticipadas como las que provocó hace menos de un año este caimán sin dientes cuando dejó caer al gobierno de Mario Monti.
Ahora buscaba renacer de sus propias cenizas confiado en que una parte importante del electorado italiano volvería a darle su confianza. Pero se acabó lo que se daba, la cordura se ha impuesto a la indecencia en la vida pública y Berlusconi tendrá que despedirse de la política. Si el Senado ratifica su expulsión nunca más podrá volver a ser parlamentario, por mucho que hable ahora de resucitar su viejo partido Forza Italia. Es el epílogo adecuado de una carrera política demasiado larga para tan poca sustancia y tan poca vergüenza. Addio, Silvio, no te echaremos de menos.