Apareció Alfredo

Tres días después del descalabro electoral vasco - gallego, compareció Alfredo Pérez Rubalcaba ante los medios, ávidos de un titular que llevarse a plumas y micrófonos, para expresar en público su valoración de esos malos resultados y clarificar su futuro. Su gozo en un pozo: después de una hora larga de preguntas lo único que se pudo sacar en claro es que el secretario general del PSOE no piensa dimitir porque “los militantes me eligieron hace 8 meses y voy a cumplir mi labor hasta el final”. Y pare usted de contar, poco más ofreció la esperada e inexplicablemente demorada comparecencia.

Si acaso, que va a pensar mucho en el futuro del partido, que escuchará a todo el mundo y un aviso a los barones que – afirma Rubalcaba – no se atreven a decirle a la cara lo que andan diciéndole a los periodistas, que debe dimitir y dar paso a una renovación profunda del partido. Oído lo cual, carece de sentido andar planteándose ya quién será el próximo candidato a la Moncloa por las filas socialistas. “Ahora no toca”, vino a decir. 
 
Respecto a los pésimos resultados del domingo en el País Vasco y Galicia, Rubalcaba parece sorprendido de que Patxi López fracasara en su intento de renovar la lehendakaritza, como si acabara de caerse de un guindo sobre cuál es la sociología política de ese territorio; y con respecto al tortazo de Patxi Vázquez en Galicia, admite que los electores no percibieron que el PSOE ofreciera una alternativa a las políticas made in PP de Alberto Núñez Feijóo. Cabe preguntarse si existía realmente una alternativa.

Porque todo hace indicar que ese es el verdadero problema del PSOE en Galicia y en todo el país, que desde que inició su caída libre en las urnas no ha sido capaz de articular una alternativa a las políticas de austericidio del PP. En esa tarea le va el futuro al PSOE y a la estabilidad de la democracia española, que necesita como el aire para respirar de una fuerza política de centro izquierda y ámbito nacional capaz de encauzar la creciente oposición social a las políticas neoliberales más descarnadas de la derecha.

Alfredo Pérez Rubalcaba, inevitablemente contaminado por su pertenencia al gobierno que precisamente estrenó esas políticas en España, no parece contar con la credibilidad y el carisma suficientes para liderar ese cometido; ni él ni ninguno de los barones u otros miembros del gobierno anterior: el PSOE necesita ideas y sabia nueva que le permitan salir del laberinto en el que está sumido y en el que lo único claro parece ser el empeño de la dirección en aferrarse a su puesto.

Puede que, a un mes de las elecciones catalanas en las que es más que previsible un nuevo revés electoral, éste no sea el momento de abrir en canal ese debate. Pero, después del 25 de noviembre, cada minuto que pase sin replantearse una auténtica refundación del PSOE será un minuto perdido para que la sociedad española vuelva a creer que más allá de los recortes también hay vida.

Zambia va bien

Una de las excrecencias de esta interminable crisis económica es la legión de predicadores de la emprendeduría y el autoempleo. Desde sus púlpitos mediáticos o desde sus libros de autoayuda, que proliferan también como los hongos, nos sermonean a diario con la idea de que quedarse en paro no es un drama personal y familiar sino una inmensa oportunidad que sólo los lerdos nos son capaces de ver y aprovechar. Uno no puede evitar preguntarse cómo es posible que haya 5,5 millones de parados en España con lo superchiripitifláutico que, según estos predicadores, es buscarse la vida por uno mismo.

Es evidente que para ellos la crisis sí está suponiendo toda una oportunidad de embaucar a los incautos que se creen a pies juntillas que montar un negocio en España, como no sea de pipas y en la fiesta del pueblo, es un camino de rosas coronado por el éxito inmediato. Por lo general suelen obviar que, a pesar de los centenares de ventanillas únicas que se han abierto en los últimos años en todas las cámaras de comercio, organizaciones empresariales, ayuntamientos o comunidades autónomas, poner en marcha una empresa o una idea empresarial, por insignificante e inocua que parezca, es adentrarse en un laberinto burocrático del que no se sabe nunca ni cuándo ni cómo se podrá salir y, sobre todo, cuánto terminará costando. 

 Eso, si el osado aspirante a convertirse en su propio empleador no da media vuelta y abandona la hazaña harto de ir de ventanilla en ventanilla única buscando asesoramiento y dejando o pidiendo certificados y licencias de todos los tamaños y colores para poder empezar a dedicarse al que es su objetivo primero y último: trabajar. Todo ello sin contar la cara, mezcla de conmiseración y coña marinera, con la que le ha mirado el director de su banco cuando ha tenido la ocurrencia de ir a pedirle un crédito para poner en marcha el negocio.


Un buen ejemplo de esa realidad lo podemos ver en lo que cuenta este reportaje de El País sobre un señor andaluz que invirtió 10.000 euros de sus ahorros y tres años de papeleo para poder abrir una empresa. Pero, por si había alguna duda, el Banco Mundial acaba de publicar un informe que coloca a España en el puesto 136 de una lista de 185 países según las dificultades para abrir un negocio. Pese a los reiterados anuncios de reformas para facilitar la creación de empresas, España sigue siendo uno de los países del mundo en que resulta más difícil poner en marcha un negocio. En concreto, hacen falta de media 10 trámites y 28 días para comenzar, lo que equivale al 4,7% de la renta por habitante y un capital mínimo del 13,2% de esa renta por habitante.

Y lo peor de todo es que, a pesar de las innumerables promesas políticas que hemos escuchado en los últimos tiempos para eliminar burocracia, España ha retrocedido tres puestos en la clasificación mundial con respecto al informe anterior y ha quedado por detrás de países como Zambia o Albania, por solo citar dos ejemplo. Se trata de dos reconocidas potencias económicas mundiales como es bien sabido, aunque al menos en este campo les va mucho mejor que a los españoles. Nuestro país, mientras tanto, sigue progresando adecuadamente y ya le falta menos para desbancar a Costa de Marfil, Irak y Surinam, los últimos de la lista.

Buscando a Alfredo

El PP y el Gobierno echan mano todos los días de la herencia económica que les dejó el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. Es el mantra cotidiano con el que pretenden justificar las políticas de recortes que están desfigurando hasta dejarlo irreconocible el estado del bienestar. Nadie, ni siquiera el propio PSOE, niega a estas alturas que Zapatero estuvo lento de reflejos a la hora de reconocer el túnel económico en el que estaba entrando el país y al que aún no se le ve la salida ni de lejos.

Ese hecho y el dudoso honor de haber sido el primero en plegarse a los dictados de los mercados y estrenar la tijera de los recortes, llevaron al PSOE a la debacle electoral hace ahora casi un año, aunque la cuesta abajo ya había empezado en las autonómicas y locales de mayo con el PP haciendo la ola en todo el país. En todo este tiempo – casi un año y medio - los socialistas no han conseguido recuperarse lo más mínimo de un descalabro que le está viniendo muy bien al PP aunque, como es natural, de esta otra herencia de Zapatero no digan ni una palabra los dirigentes populares y los miembros del Gobierno.


Después de salvar los muebles por la mínima en las elecciones andaluzas y obtener el Gobierno de la Junta gracias a Izquierda Unida, el PSOE ha vuelto a llevarse dos serios reveses electorales – en buena medida previsibles – en los recientes comicios vascos y gallegos. En el País Vasco ha cedido un amplio espacio político al nacionalismo y en Galicia, la irrelevancia de su candidato Patxi Vázquez y la abstención, le han servido en bandeja la mayoría absoluta reforzada al popular Núñez Feijóo.

Antes dos bofetadas electorales simultáneas – no por esperadas menos dolorosas – la reacción en las filas socialistas ha sido la de minimizar los daños y anunciar con la boca pequeña que toman nota de lo ocurrido. Respuesta tan pobre a una situación tan grave – la más grave del partido en los últimos 35 años, según Juan Fernando López Aguilar – es cuando menos decepcionante y permite comprender con meridiana claridad la creciente desafección ciudadana hacia el PSOE, que este pasado domingo se ha dejado en el camino hacia las urnas nada menos que 337.000 votos entre Galicia y el País Vasco.

Tamaño descalabro y su correlativa irrelevancia en la política nacional, no parecen ser causas suficientes para que la dirección socialista se plantee de una vez la imperiosa necesidad de refundar el partido desde sus cimientos y convertirlo en una fuerza política capaz de conectar con las aspiraciones de una gran parte de la sociedad española, más huérfana que nunca de proyectos alternativos creíbles al neoliberalismo rampante y a las suicidas políticas de austeridad.

Por no plantearse, ni siquiera entra en sus cálculos hacer mudanzas en la actual dirección del partido, tal vez esperando un más que improbable milagro en las elecciones catalanas del próximo mes que contribuya a restañar unas heridas ya demasiado gangrenadas como para curarlas con cirugía menor de meros cambios de nombre a mayor gloria de la dirección.

Y, a todo esto ¿qué dice Alfredo Pérez Rubalcaba? Nada de nada. Dos días después del batacazo electoral vasco – gallego, el secretario general del PSOE aún no ha encontrado un hueco en su agenda para hacer autocrítica y decir si piensa seguir al frente de un partido en crisis. Porque parece claro que cuanto más tiempo permanezca al frente del PSOE y cuanto más se demore la refundación socialista, más lejos estará también la salida del túnel en el que entró el partido junto con la crisis económica.

Buenas y malas noticias electorales

Al margen de los discursos de manual en los que los partidos y sus candidatos con peores resultados tienden a convertir la derrota en victoria, lo cierto es que las elecciones de ayer en Galicia y en el País Vasco dejan buenas y malas noticias para unos y sólo malas para otros.

Fuente: El País
Fuente: El País








En Galicia, el popular Núñez Feijóo revalidó e incrementó su mayoría absoluta. Como un test a las políticas de austeridad del Gobierno de Mariano Rajoy se habían presentado las elecciones gallegas y, a la vista de los resultados, el PP no ha tardado en interpretarlos como un respaldo electoral en toda regla a sus recortes en el estado del bienestar.

Sin embargo, cuando no alcanzó mayoría absoluta en Andalucía desligó esas mismas políticas de aquellos resultados electorales, que circunscribió exclusivamente al ámbito autonómico. Es la habitual vara de medir a la que nos tienen acostumbrados. Es probable que el triunfo del PP ayer en Galicia haya sido el último pétalo de la margarita del rescate integral de la economía española que Rajoy ha ido deshojando en los últimos meses y que la respuesta haya sido “sí, lo pido”. Aunque debería andarse con tiento porque a Núñez Feijóo ya se le empieza a ver como el recambio al frente del PP y hasta de un futuro gobierno de España de un Rajoy al que esta crisis le terminará pasando factura.

Las malas noticias para el PP llegan desde el País Vasco: allí los populares no podían aspirar realmente a mejorar mucho sus resultados y, de hecho, los empeoraron con respecto a las elecciones anteriores. Pero sí tal vez a mantenerlos y reeditar con el PSE-PSOE un nuevo pacto constitucional que frenara el avance de los nacionalistas del PNV y de Bildu. La debacle socialista – con nueve diputados menos – lo hace inviable.

Para los nacionalistas vascos y gallegos, también hubo ayer buenas y malas noticias. Las primeras se concentran precisamente en el País Vasco, en donde el PNV, a pesar de perder tres escaños, fue la fuerza más votada seguida de cerca por Bildu, la verdadera gran triunfadora de estos comicios, con 16 diputados más. Si, como es factible, PNV y Bildu se entienden para gobernar, a Rajoy se le puede abrir un nuevo frente soberanista que añadir al de Cataluña. Feo panorama por este lado. En Galicia, en cambio, la división entre Beiras y Jorquera perjudicó las expectativas nacionalistas: aunque el primer entra con fuerza al obtener 9 escaños, el segundo pierde casi la mitad de los que tenía hasta ahora.

Quien único recibió ayer malas noticias fue el PSOE: se hundió en el País Vasco – nueve escaños menos – y se hundió en Galicia – siete escaños menos. Empiezan ya a escucharse voces favorables a relevar a Pérez Rubalcaba de la dirección de un partido que, casi un año después de la debacle electoral en las elecciones generales y atenazado aún por la mala conciencia de haber sido el primero en dar vía libre a los recortes, sigue sumido en el desconcierto y sin capacidad demostrable de ofrecer a los electores una alternativa creíble a las políticas de austeridad a toda costa que imperan en España y en la Unión Europea y de las que el PP es el gran abanderado en nuestro país.

En resumen, la creciente polarización política entre PP y su obsesión por la austeridad por un lado, y el nacionalismo soberanista y su utilización de la crisis para agitar sus reivindicaciones por otro, no augura nada bueno para el futuro del país. Se echa en falta un tercero en discordia con capacidad suficiente para tender puentes de entendimiento y ofrecer otra forma de gestionar la crisis que no pase por infligir más sufrimientos a la sociedad. A día de hoy, tal fuerza ni está ni se le espera. Esa es, sin duda, la peor noticia de las elecciones celebradas ayer.

Un rescate, dos rescates...una huelga, dos huelgas

Se le acumulan los rescates y las huelgas generales al Gobierno de Mariano Rajoy. El primero de ellos, derivado de la mala cabeza de la banca, lo terminaremos pagando todos los ciudadanos, como era de prever. Tras la cumbre europea de ayer se aleja, al menos hasta 2014, la posibilidad de que los 40.000 millones de euros que – dicen – necesita la enladrillada banca española para sanearse no acaben engrosando la deuda pública del Estado. 

Padres en huelga, a Wert gracias

Lo que el ministro de Educación, José Ignacio Wert, no consiga no lo consigue nadie. Por lo pronto ya es el ministro peor valorado del Gobierno, lo cual, dada la constancia que demuestran a diario sus compañeros de Gabinete para obtener ese honroso reconocimiento, es todo un triunfo. Sus salidas de tiesto y sus ideas y reformas con olor a naftalina de antiguo régimen, anunciadas y defendidas en un tono de sorna autosuficiente, han hecho de él uno de los ministros de Educación más denostados de la democracia.

Así ha conseguido poner en pie de guerra a los casi siempre serios y circunspectos rectores universitarios, a los docentes y a los estudiantes de enseñanza superior. De camino ha calentado más si cabe la hoguera independentista catalana con su objetivo de españolizar a los alumnos de esa (por ahora) comunidad autónoma y, finalmente, ha sacado a la calle a los mismísimos padres de alumnos de enseñanzas medias.

En su haber puede anotar el mérito de haber sido el primer ministro de Educación que ha conseguido soliviantar hasta tal punto a las asociaciones de padres y madres de alumnos que han terminado por unirse a las 72 horas de huelga en las enseñanzas media convocadas por los sindicatos estudiantiles.

Recortes a mansalva en la educación pública – en esto compite duramente con la titular de Sanidad, Ana Mato – y el anuncio de una reforma educativa que pretende afrontar con medidas periclitadas los grandes retos de la enseñanza que tiene nuestro país en el siglo XXI, han convertido a Wert en el blanco de todas las críticas de la comunidad educativa y de la oposición.

A él, sin embargo, esas andanadas no le mudan el semblante en lo más mínimo ni le llevan, cuando menos, a matizar sus palabras. Al contrario, si los padres de alumnos deciden protestar contra sus planes para la educación pública no contesta expresando al menos su respeto democrático hacia quienes no piensen como él, sino acusando a quienes convocan de estar seducidos por la izquierda radical y asegurando que no por más dinero que haya se consiguen mejores resultados educativos.

Su lema parece ser el de sostenella y no enmendalla y su objetivo, además de hacer retroceder la educación en España a épocas más que superadas, hacer cuanto más ruido mediático mejor para que los españoles no escuchemos el paso de las tijeras por las costuras del estado del bienestar. Como alguien no lo detenga, este hombre no tardará mucho tiempo en conseguir que se manifiestan hasta los alumnos de las guarderías. 

Siente un pobre a su mesa

Nos alegramos cuando – como hoy – baja la prima de riesgo, sube la bolsa y el interés del bono a diez años se relaja. Los medios de comunicación dan carácter urgente a estas noticias y todos respiramos aliviados porque – ansiosos de encontrar algo supuestamente bueno entre tantos malos augurios – suponemos que esas agradables nuevas nos permitirán seguir respirando un poco más, aunque sea mediante respiración asistida. Así, no caemos en la cuenta de que cuando eso ocurre – como está ocurriendo hoy – a lo que estamos asistiendo en realidad es a la inminencia del mismo rescate integral de nuestro país por parte de las mismas instituciones – UE, FMI y BCE - que han conducido a países como Grecia o Portugal a un abismo económico y social sin fondo.

Cuando se publican sin tanta trompetería las dramáticas cifras de la miseria y la exclusión social en nuestro país parece como si nos encogiéramos de hombros y pensáramos que nada se puede hacer, que es el destino y la consecuencia inevitable de lo mal que va todo: una especie de castigo divino sin rostro reconocible por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.

Así, da la sensación de que no sentimos ni frío ni calor cuando leemos que los servicios sociales de este país atienden ya a 8 millones de personas en situación de pobreza de los más de 13 que hay en España, según cifras oficiales. Y que lo hacen – además – a pesar de un recorte del 65% en los recursos públicos de los que disponen para realizar su imprescindible labor. Que España sea uno de los cuatro países de la Unión Europea – después de Letonia, Rumanía y Bulgaria - en donde más se ha incrementado la brecha entre ricos y pobres desde el comienzo de la crisis, tampoco parece movernos al menos a la reflexión sobre qué es lo que nos ha llevado a esta situación.

Si acaso nos preguntamos cómo es posible que con tantas personas en paro y tantas más acudiendo todos los días a los comedores sociales para poder tomar un plato de sopa o a las ONGs – que también pasan por innumerables penalidades – para pedir alimentos, no se ha producido un estallido social.

Dicen los expertos en estos temas que si eso no ha ocurrido se debe a que en España funciona todavía la solidaridad familiar y a la economía sumergida con la que van trampeando su vida diaria miles de ciudadanos. La cuestión es hasta dónde será posible estirar la manta del apoyo familiar a jóvenes sin trabajo y sin estudios y a ancianos cada día más empobrecidos y si la única manera de obtener algún tipo de ingreso es sumergiéndose en empleos precarios y sin ningún tipo de cobertura social o haciendo las maletas en busca de alternativas fuera de nuestras fronteras.

El modelo de servicios sociales de nuestro país – que, por otra parte, nunca ha sido modélico – parece retroceder ahora a la época de la caridad y la beneficencia en lugar de avanzar hacia la prevención, a través de la actuación sobre las causas de la exclusión social y la miseria que ya afecta incluso a las llamadas clases medias de nuestro país.

Detrás de las caprichosas subidas y bajadas de la prima de riesgo y de la bolsa y de las cumbres de alto nivel de las que se habla más de cómo rescatar a los bancos que de cómo mejorar la vida de los ciudadanos, hay una realidad de pobreza lacerante y creciente que debería de llamarnos a todos a la reflexión y a la acción ante lo que está pasando en un país cuyos gobernantes se muestran ciegos, sordos y mudos frente la profunda brecha social que sus acciones u omisiones están abriendo a sus pies.

Hoy, Día Internacional por la Erradicación de la Pobreza y la Exclusión Social, es un día tan bueno como cualquier otro para decidir si queremos o no que vuelvan los tiempos en los que los ricos sentaban un pobre a su mesa por Navidad para que comiera caliente una vez al año.

Del efecto Caldera al efecto Rajoy

Españoles en el mundo, el popular programa de televisión, lo va a tener mucho más fácil para encontrar a compatriotas regados por todo el mundo que han decidido hacer las maletas y abandonar el país en el que nacieron en busca de las oportunidades que aquí, a la vista del panorama laboral y social, no tienen ni aspiran a tener. En menos de dos años han abandonado el país más de 900.000 ciudadanos, de los cuales, más de 100.000 son españoles. Canarias no es ajena a esta nueva diáspora: unos 26.000 isleños han vivido de nuevo la experiencia de sus abuelos y han vuelto a cruzar el charco en busca de trabajo.

A mediados de la década pasada, los medios de comunicación de la derecha machacaron a conciencia al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y a su ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, con lo que denominaron el efecto Caldera o efecto llamada. Para esos medios, ellos eran los responsables de la avalancha y la invasión de inmigrantes que llegaban a nuestro país en busca de un futuro mejor, lo mismo, ni más ni menos, que hacen ahora decenas de miles de españoles. Venían a quedarse con nuestros puestos de trabajo – en realidad, con los que los españoles, que nos creímos nuevos ricos, no queríamos desempeñar – y a disfrutar de la sanidad, la educación y los servicios sociales.

No se trata de ignorar las fallas de la legislación de extranjería de entonces pero tampoco de olvidar, como hacían esos medios, que los inmigrantes que se radicaban legalmente en nuestro país, además de contribuir a enriquecer la variedad cultural para una sociedad que llevaba demasiado tiempo encerrada en sí misma, realizaron también un aporte fundamental a la economía del país y unos ingresos en la caja de la Seguridad Social que hoy, en cambio, empieza a criar peligrosas telarañas por la caída creciente del número de cotizantes. Aquella machacona insistencia en términos como invasión y avalancha empezó incluso a generar el caldo de cultivo ideal para que germinarán en él algunos movimientos políticos de corte xenófobo que, afortunadamente, no han logrado extenderse.

En menos de cinco año las tornas han cambiado por completo debido a la profundización de la crisis económica: los inmigrantes regulares, los primeros a los que ha golpeado esta situación, regresan en cuanto pueden a sus países de origen o exploran nuevos destinos en busca del trabajo que aquí han perdido. Los que han quedado en situación irregular y ni siquiera pueden regresar, encuentran además que el Gobierno les priva de la asistencia sanitaria gratuita con la clara intención de enseñarles la puerta de salida del país.Con ellos se han ido también esos más de 100.000 españoles en menos de dos años, entre los que hay muchos jóvenes con buena formación que ahora invertirán sus esfuerzos y sus conocimientos en beneficio de otros países y no en el suyo. 

Es probable que, a la vista de las perspectivas económicas españolas y ante el empecinamiento del Gobierno en que paguen la crisis sus víctimas y no sus culpables, a esta hora miles de españoles estén haciendo las maletas para abandonar el país y otros tantos estén pensando seriamente seguir esos mismos pasos.  Así es como hemos llegado a lo que podemos llamar el efecto Rajoy, del que no se escucha ni lee nada en los medios que en su día se inventaron el efecto Caldera. 
 

El Nobel de la Paz y los hombres de negro

Recuperado del estado catatónico en el que me dejó la noticia de que la Unión Europea ha sido merecedora este año del Premio Nobel de la Paz, me he hecho algunas preguntas en voz alta:

¿Existe realmente la Unión Europea?

Al parecer sí; hay un fantasma que recorre Europa y que recibe el nombre, a todas luces excesivo, de Unión Europea. La forman 27 estados y 17 de ellos comparten el euro como moneda. Más allá de eso, unidad, lo que se dice unidad hay más bien poca y sí en cambio unos políticos que mandan y otros que obedecen sin rechistar por convicción o por miedo.

¿En qué consiste la Unión Europea?
Podría resumirse en lo siguiente: en su esencia actual es una mastodóntica superestructura burocrática, política y económica que sienta sus reales en Bruselas. Desde allí hace y deshace sobre asuntos que de forma directa o indirecta afectan a la vida cotidiana de 500 millones de ciudadanos cuyas opiniones apenas son escuchadas y tenidas en cuenta. Por lo general, su actuación responde fielmente a los intereses de los países más poderosos del club que usan esa superestructura para imponer sus criterios al resto.


¿Es una democracia la Unión Europea?

Vagamente. Existe un parlamento elegido por los ciudadanos en elecciones que, una tras otra, arrojan altísimos porcentajes de abstención. De esos comicios salen más de 700 eurodiputados que viajan a Bruselas o a Estrasburgo – muchos de ellos en primera clase - para participar en comisiones y plenos. Sin embargo, en muchas ocasiones lo que aprueban ni siquiera es tomado en cuenta por el Consejo Europeo y la Comisión Europea que pueden hacer de su capa un sayo y actuar según la conveniencia de los socios más poderosos del club. Para millones de ciudadanos, muchas de las cosas que se discuten en el Parlamento Europeo están tan alejadas y son tan esotéricas como si los debates tuviesen lugar en la Luna y girasen sobre Neptuno.

¿Quién manda realmente en la Unión Europea?

Sobre todo los grandes intereses económicos. Esta realidad se ha agudizado desde el inicio de la crisis, cuando países como Alemania y sus adláteres o instituciones como el Banco Central Europeo se alinearon sin ambages con las teorías neoliberales que ven en lo público y en el estado del bienestar el origen de todos los males económicos de antes, de ahora y del futuro. A partir de ese momento, en la Unión Europea se ha actuado pensando en el interés de los llamados mercados y no en el de los ciudadanos, a los que se ignora olímpicamente en la toma de decisiones trascendentales para sus vidas. En estas circunstancias, afirmar que la Unión Europea es democrática es un chiste cruel y de mal gusto. Suponer, además, como hacen algunos, que la concesión de un premio tan cuestionado como el Nobel de la Paz será un acicate para que la Unión Europea mejore es como creer que el jarabe de la tos sirve para curar el cáncer.

¿Cuál es el futuro de la Unión Europea?

Si sigue como va, el de la perdida completa de la ya escasa credibilidad y confianza que tienen en ella los ciudadanos y la desintegración. La única alternativa es situar a los ciudadanos en el centro de las actuaciones y para ello necesita en primer lugar imprimir un giro copernicano que ponga fin a las ilegítimas políticas que dictan los poderosos intereses corporativos y que están arrastrando a millones de europeos a la pobreza y a la desesperación.

¿Es necesaria la Unión Europea?

A pesar de todo, si no existiera habría que inventarla. Pero otra Unión Europea muy distinta de la actual, que responda verdaderamente a ese nombre, que subsane los graves vicios democráticos que padece, que actúe con transparencia, que rinda cuentas y que responda a las necesidades sociales y económicas de los ciudadanos y no a intereses espurios.

¿Merece la Unión Europea el Premio Nobel de la Paz?

La concesión de ese galardón en medio de una brutal crisis económica que ha sacado a relucir las graves carencias de este gigante con pies de barro, llega tan tarde y en un momento tan inoportuno que parece más una broma pesada que un reconocimiento sincero.

Los sesudos miembros del comité noruego aluden a la trascendencia de la unidad europea para la paz en el viejo continente después de las dos salvajes guerras de la primera mitad del siglo pasado. Es verdad, pero no es toda la verdad, porque si fuera sólo por eso el galardón se le debería haber concedido hace muchos años. De haber sido tan rápidos como con Kissinger y Obama, tendrían que habérselo otorgado, por ejemplo en 1958, cuando entraron en vigor los Tratados de Roma.

Lo cierto es que estos señores pasan por alto hechos tan vergonzosos como la inhibición de la Unión Europea en las causas de la Guerra de los Balcanes y se olvidan de la división que generó la intervención militar en Libia para salvaguardar intereses petrolíferos de determinados países miembros. Y aunque se haga alusión a las misiones internacionales en las que participa la Unión, valiosas sin duda alguna, se obvia que su peso específico en el cambiante escenario internacional es cada día más irrelevante debido a los intereses geoestratégicos de los Estados miembros que imposibilitan una diplomacia comunitaria digna de ese nombre.

De todos modos, al menos en la Unión Europea ya no son necesarios grandes cuerpos de ejército, tanques, submarinos, aviones, misiles y espías con sombrero y gabardina para que un país imponga su voluntad al resto. Hoy la verdadera guerra, la económica, se dirime con las armas de los mercados financieros, de los bonos basura, del déficit, de la prima de riesgo, de la deuda y, en fin, con la austeridad como bandera cueste lo que cueste. Todo esto con los ciudadanos de meros espectadores sin voz ni voto en el mejor de los casos y de víctimas en el peor.

Es esta moderna forma de guerra la que está profundizando la brecha entre ricos y pobres, exacerbando las desigualdades sociales y arrojando al paro y a la miseria a millones de personas en el sur de Europa. Por eso, la concesión del Nobel de la Paz a la Unión Europea real y no a la angelical con la que sueñan algunos, la que actúa al dictado de los intereses financieros y aplica las injustas políticas neoliberales, es también hiriente e hipócrita.

Por último: ¿quién recogerá el Premio Nobel de la Paz concedido a la Unión Europea?

Puede que lo haga el gris y apocado van Rompuy o el prescindible Durao Barroso, dos decorativas figuras cuya función no parece ser otra que la de repetir lo que ordene Berlín, por no hablar de la troupe de comisarios y comisarias. Por eso creo que debería ser la canciller alemana Angela Merkel, aunque si está muy ocupada convenciendo a algún presunto líder europeo – Rajoy, Passos Coelho o Samarás – de la necesidad de continuar con la medicina de caballo para salir de la crisis, siempre pueden ir en su lugar los hombres de negro. Nadie como ellos, salvo la propia Merkel, encarna mejor el verdadero espíritu de la actual y pacífica Unión Europea.

Carta abierta a Super Mario Draghi

Muy Excelentísimo, Ilustrísimo, Reverendísimo y Magnífico Señor de los Mercados y Presidente del Banco Central Europeo.

Pido humildemente perdón por la impertinente osadía de dirigirme a Vuestra Alta Sapiencia Económica, aunque bien sé que ante un descaro tan descomunal no puede ni debe haber siquiera compasión. Conozco lo terriblemente ocupada que se encuentra Su Eminencia Mercantil y Bancaria intentando evitar que el euro se vaya a hacer puñetas – le suplico que perdone mi lenguaje llano – y no soy ajeno a las tribulaciones y malas noches que tiene que sufrir por culpa de esos necios gobernantes que sólo piensan en sus intereses a corto plazo, al contrario que Usted, que se desvive día y noche por el bienestar eterno de los Sacratísimos Mercados.

Abusando de su magnánima generosidad y paciencia, me permito decirle que conozco su rutilante carrera en el siempre árido e ingrato desierto de la política y la economía. Desde que se dedicó en su hermosa tierra natal italiana a privatizar todas las empresas públicas que se le pusieron a su alcance soy un rendido admirador suyo. Sin embargo, mi veneración superó todo lo imaginable cuando, en premio a su inconmensurable valía, se le elevó merecidamente a la vicepresidencia europea del banco Goldman Sachs que, por pura casualidad, se quedó con el cien por cien de una de las empresas por Usted privatizadas. No crea que pienso mal, Dios me libre, siendo como es Goldman Sachs una de las más deslumbrantes joyas de la gran corona de los Mercados Mundiales que se adorna con otras no menos resplandecientes como Lehman Brohers o JP Morgan.

Con Usted en Goldman Sachs, su compañía rindió un gran servicio a los griegos aconsejando al presidente Kostas Karamanlis cómo escamotear un préstamo de 1.000 millones de euros para que no computase como deuda pública. Muchos ignorantes aseguran que fue Usted personalmente quien diseñó la maniobra y se atreven incluso a afirmar los muy blasfemos que aquella ocultación, y no su mala cabeza, es el origen de todos los males que padecen hoy los griegos.

Después vino su triunfal paso por el Banco de Italia y, finalmente, la Gran Recompensa por sus abnegados servicios a la causa de la Gran Divinidad Mercantil: ¡Presidente del Banco Central Europeo! Ahora, desde su Elevada Responsabilidad, gobierna Usted con mano firme el timón de una nave que por momentos parece a punto de zozobrar, aunque yo sé de su templanza y estoy convencido de que, con un capitán de su valor, energía y conocimientos al mando, no tenemos nada que temer. 

Le cuento esto porque he roto a llorar de emoción al leer con el habitual interés y detenimiento el último boletín del egregio Banco Central Europeo que Usted tan brillantemente dirige. Se proclama en él que es “prioritaria” – y reproduzco literalmente para no cometer un error imperdonable - "una respuesta flexible de los salarios a las condiciones imperantes en los mercados laborales de la zona euro”. Para los analfabetos económicos como yo, el propio boletín aclara que "las rigideces a la baja de los salarios limitan la necesaria flexibilidad en la respuesta de los salarios a las condiciones del mercado de trabajo para estimular la creación de empleo". Ahora sí: más claro, ni el agua. 

Y para que compruebe que lo he entendido perfectamente y que mi fervor por sus enseñanzas es profundo y sincero, deseo comunicaros que ya he solicitado formalmente a mi empresa que, si lo tiene a bien, me rebaje el salario un 99%, suprima festivos, días libres, vacaciones y bajas por enfermedad y triplique la jornada laboral. Me han dicho que lo pensarán detenidamente y rezo a Dios para que la respuesta sea favorable.

Estoy convencido de que, si no imperase el egoísmo y el desenfrenado amor por el dinero y todos siguiésemos al pie de la letra las recomendaciones de Vuestra Alta Sapiencia Económica, la salida de la crisis sería cosa de días: retoñarían brotes verdes por doquier y antes de que nos diésemos cuenta ya habrían cubierto con sus frescos ramajes las Altas Torres en las que tiene su morada la Gran Divinidad Mercantil. Me comprometo humildemente ante Usted a convertirme en mensajero de su Palabra y guerrero de su Causa Sagrada por la que estoy dispuesto a darlo todo, incluso la vida si es preciso.

Su afectuoso y siempre rendido esclavo.

¡Viva Super Mario!
¡Larga y Saludable Vida a los Mercados!
¡La Gran Banca Vencerá!

Españoleando

Después de escuchar al ministro de Educación, José Ignacio Wert, proclamar que “el objetivo del Gobierno es españolizar a los alumnos catalanes” corro en busca del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua y me encuentro con estos tres significados de la palabra españolizar: a) dar carácter español; b) dar forma española a un vocablo o expresión de otro idioma; c) tomar carácter español o forma española. 
 
Tengo para mi que ninguna de estas tres acepciones se compadece mucho con lo que añadió a continuación el ministro para justificar el objetivo españolizador: conseguir que los alumnos se sientan tan orgullosos de ser catalanes como españoles. De acuerdo con las palabras del ministro y con el significado canónico de españolizar, sólo se puede ser español o catalán, las dos cosas a un mismo tiempo son un contrasentido.

¿Se inspiró Wert en esta viñeta de 1937?

Me pregunto si entre los objetivos del ministro y del Gobierno del que forma parte también figuran desvasquizar, desgalleguizar, descanarizar, desvalencianizar o desandalucizar, etc. a los respectivos alumnos de esos territorios y todo parece indicar que así será, ahora que el Ministerio va a ejercer un mayor control sobre los contenidos educativos que se imparten en las comunidades autónomas. Quisiera creer que el ministro pronunció su frase lapidaria influido por la proximidad del Día Nacional que se celebra mañana y que, a lo peor, le gustaría que se volviera a llamar Día de la Raza como en los viejos y buenos tiempos.

Opino, sin embargo, que lo que el ministro buscaba era atizar un poco más la hoguera del independentismo catalán en línea con las manifestaciones de otros dirigentes populares o miembros del Gobierno como el propio presidente Rajoy, que ha pasado de la algarabía y el lío al disparate colosal para referirse a lo que pasa en Cataluña. El objetivo último de esa estrategia de confrontación entre el nacionalismo español, jaleada por los medios afines al Gobierno, y el catalán parece apuntar en al menos dos direcciones: correr una espesa cortina de humo sobre los verdaderos problemas del país y mostrar músculo ante las aspiraciones soberanistas catalanas para rebañar algunos votos entre los catalanes españolizados en la cita electoral de noviembre.

Es una postura peligrosa y suicida porque va en sentido contrario a la necesidad de serenar los ánimos en un país que ya tiene demasiados incendios declarados como para atizar uno más, el de la españolización. Es cierto que en comunidades autónomas como Cataluña se ha hecho un uso abusivo de la llamada inmersión lingüística en detrimento del castellano, corregido luego a través de sentencias emitidas por el Tribunal Supremo.

Sobra por tanto la españolización que predica Wert porque tiene todo el aroma rancio de la época en la que el uso del catalán y otras lenguas se perseguía y castigaba y porque a todo un ministro de Educación se le supone que debe de manejar los conceptos y las palabras con mucha más exquisitez en lugar de buscar el aplauso que hoy le brindan unánimes los medios afines al Gobierno.

En realidad, todo esto da mucha pena y no contribuye en nada a mejorar el ánimo de un país golpeado por la crisis: en un mundo cada vez más mundializado en el que las fronteras empiezan a ser cosa del pasado, estos añejos debates de identidad excluyente por una y otra parte carecen de cualquier sentido y son una muestra más de falta de responsabilidad pública ante los verdaderos y graves problemas económicos del país.

En bolas contra Merkel



¡Olé por los cataplines del manifestante que ayer los mostró en Atenas al mundo entero para protestar contra la visita de Merkel! Ver a este hombre en bolas correteando en la manifestación, con riesgo de ser alcanzado por una pedrada y ante la mirada atónita de unos policías forrados de pies a cabeza, ha sido como un soplo de aire fresco en medio de tanta asfixiante medida de austeridad.



Nunca antes tuvo tanto sentido la manida frase de que una imagen vale más que mil palabras: con su gesto desnudo, este manifestante ha escenificado ante el mundo los verdaderos efectos de las draconianas medidas de ajuste que se le están imponiendo al pueblo griego que, como a este hombre, ya no le queda ni lo puesto.

Su decisión de echarse a la calle en cueros es mucho más esclarecedora y pedagógica de los verdaderos efectos de la crisis que las mil cumbres de alto nivel, otras tantas reuniones históricas en Bruselas y no menos ruedas de prensa de los presuntos líderes europeos para explicar lo que piensan hacer para salir de esta situación: a él sí se le entiende y comprende con meridiana claridad, a los otros ni se les entiende ni se les comprende y cada vez son menos fiables.

Al presentarse en la manifestación en pelota picada, éste ciudadano ha dicho basta sin abrir la boca ni portar una pancarta; ha dicho basta a que las medidas contra la crisis recaigan sobre las víctimas y no sobre los culpables y basta a que se condene a toda una generación a la pobreza. Una política de la que, la principal responsable, es precisamente Merkel.

Embutida hasta el cuello en su chaqueta verde lima, la canciller se ha permitido el lujo de decirle a los griegos en sus propias narices que aún quedan muchos más sacrificios que hacer y que otros países han tardado décadas en levantarse. Y aún se quejará de que aumente como la espuma la antipatía que ella y sus políticas de espartana austeridad generan en media Europa.

No sé qué se le habrá pasado por la cabeza al ver las imágenes de este despelotado manifestante, pero supongo que, como mucho, habrá hecho uno de esos mohínes tan típicos suyos y habrá pensado que ese tipo en bolas no es más que un pobre loco que no entiende nada de macroeconomía al que no hay que prestarle ninguna atención.

Puede estar tranquila: la vergüenza ante nuestro propio cuerpo impedirá que el ejemplo de este ciudadano anónimo se extienda, aunque no estaría mal que así fuese para que los que sufrimos los efectos de su estrecha visión económica y política pudiésemos mostrar con absoluta claridad a los mercados y a los políticos que como ella obedecen ciegamente sus órdenes, hasta qué punto exacto de nuestra anatomía nos tienen sus medidas de austeridad.

Puede que en España, en donde el Gobierno cree que manifestarse con la cara tapada es delito mientras la policía oculta sus placas, lo tuviésemos algo más difícil. Protestar sin un mal taparrabos también podría ser delictivo, sobre todo ahora que Cospedal y Santamaría apuestan por rescatar la peineta y la mantilla y el perfume de incienso vaticano.

La auténtica cara de la marca España

El Gobierno y la Casa Real están muy preocupados últimamente por la imagen de España en el exterior. El Rey y el presidente se han afanado en convencer a los grandes medios internacionales de comunicación – y, a través de ellos, a los mercados – de que éste es un país obediente que hace sus deberes y en el que se puede confiar. El esfuerzo, sin embargo, está resultando baldío: las protestas sociales aumentan y se intensifican, en el horizonte próximo planea una nueva huelga general que puede incluso tener dimensiones europeas, aumenta la desafección ciudadana hacia la clase política y, de añadidura, se vuelve a tensar el debate del modelo de Estado con el movimiento independentista catalán.

Todo eso ha aparecido claramente reflejado en esos mismos medios de comunicación a los que el Gobierno y el Rey han intentado ganar sin éxito para la causa del masoquismo fiscal que es el santo y seña de su política suicida. Dejando a un lado la institución monárquica, cuya credibilidad ha perdido muchos enteros en los últimos tiempos, el Gobierno parece ignorar que el problema no radica en la confianza que merece el país sino en la que merece su propia política de prometer una cosa y hacer la contraria, de actuar por cálculo político, de convertir a las víctimas de la crisis en sus culpables o de presentar unos presupuestos para el próximo año asfixiantes e increíbles.

Todo ello está conduciendo a una fractura social cuyas consecuencias más dramáticas son ya bien palpables: crece el paro y aumenta el número de personas en situación de exclusión social. Esa realidad es la que han reflejado – muy a pesar del Gobierno – los reportajes que medios como el New York Times han dedicado a España en las últimas semanas. Sin embargo, no hace falta recurrir a la biblia del periodismo mundial para saber cuál es la realidad desolada que está provocando la crisis y las medidas que el Gobierno está tomando supuestamente para superarla.

Basta con saber que, por primera vez en su historia, la Cruz Roja Española no dedicará este año la Fiesta de la Banderita a pedir ayuda para los desfavorecidos de países del Tercer Mundo afectados por guerras o catástrofes naturales: este año pedirá para ayudar a los más de dos millones de pobres españoles, muchos de los cuales han caído en esta situación después de perder empleo y vivienda y todo tipo de prestaciones públicas y hoy tienen que mendigar un plato de comida en los comedores sociales de ésta y otras ONGs a las que también se les recortan las ayudas.

Esa es la verdadera cara de la marca España que el Gobierno pretende sepultar sin conseguirlo bajo el galimatías de las grandes cifras macroeconómicas y el objetivo de déficit, mientras Rajoy halaga a la mayoría silenciosa que no se manifiesta en las calles contra sus medidas de demolición del estado del bienestar, dando abusivamente por sentado que las comparte. 

Esconder la realidad es una estupidez política pero negarla es una locura que puede acarrear gravísimas consecuencias para la convivencia democrática. Y aún se maravillan algunos, el Gobierno entre ellos, de que un creciente número de ciudadanos vea en la política y en los políticos el problema y no su solución; una percepción que dista sólo un paso de la aparición de movimientos populistas y demagógicos dispuestos a obtener rédito político de una situación social cada vez más explosiva.

Aquí puedes ver el vídeo de la campaña de Cruz Roja para la Fiesta de la Banderita de este año:

Los hombres de negro llegan a Canarias

Y han venido para quedarse una temporada larga. Sin embargo, no vienen a tomar el sol ni a disfrutar del clima, sino a escudriñar cuánto y en qué se gasta el dinero la comunidad autónoma. Enviados por el Ministerio de Hacienda, es la consecuencia inevitable de la decisión del Gobierno de Canarias de adherirse - nada de rescate - al Fondo de Liquidez Autonómico y pedir casi 757 millones de euros para pagar la deuda con vencimiento este año y cumplir el objetivo de déficit.

Hay coincidencia general en que a Canarias no le quedaba más remedio que pedir un cable financiero toda vez que el interés que exigen los bancos – cerca del 7% - ronda la usura frente al 5,5% que exige Hacienda. Luego están los dos años de carencia y los diez para la amortización del préstamo que, a primera vista, parecen también condiciones favorables.

 
Sin embargo, como suele ocurrir casi siempre, el diablo está en los detalles. Y uno de esos detalles – nada menor, por cierto – es que la comunidad autónoma queda intervenida económicamente de facto por el Ministerio de Hacienda y deja muy capitidisminuido el margen de maniobra económica del Gobierno de Canarias y, por tanto, su propia autonomía. Todo ello en un marco presupuestario asfixiante en el que Canarias vuelve a perder posiciones en su legítima aspiración de que la inversión en las Islas se acerque a la media del Estado y de que se corrijan las disfunciones del sistema de financiación autonómico.


Por eso, dice bien el Gobierno de Canarias cuando afirma que si el Ejecutivo del Estado cumpliese simplemente con lo que se establece en el Régimen Económico y Fiscal no sería necesario acudir al Fondo de Liquidez Autonómico. La decisión de pedir el rescate ha sido acogida con resignación por casi todos, pero sólo el PP se ha alegrado sinceramente de que el Ejecutivo regional haya dado ese paso y hasta su líder en las Islas, José Manuel Soria, ha considerado conveniente instar el presidente canario a que dé las gracias a Mariano Rajoy por su generosidad para con las Islas.

Contrasta la insistencia con la que el PP venía demandando la petición del rescate de Canarias de la que ahora se alegra tanto, con los remoloneos de Rajoy para hacer lo propio con España a la espera seguramente de que pasen las elecciones vascas y gallegas. Son las dos habituales varas de medir que emplea el PP en estos casos en los que recurre a la ley del embudo: lo ancho para mi y lo estrecho para ti.

Es el mismo PP que hurtó a los ciudadanos un debate parlamentario sobre las condiciones del rescate de la banca y que ahora parece dispuesto a evitarle a Mariano Rajoy el mal trago de comparecer en el Congreso para explicar las condiciones del rescate integral, como si fuese un asunto menor que no afectará una vez más y para mal a la vida de los españoles.

En ese sentido, debería de dar ejemplo el Gobierno de Canarias y su presidente comparecer a petición propio en el Parlamento autonómico para explicar con todo lujo de detalles las condiciones y consecuencias de esta adhesión al Fondo de Liquidez Autonómico y cómo afectará la decisión a los ciudadanos de esta comunidad autónoma, cada día más desconcertados ante la toma de medidas que se se les trasladan como dolorosas aunque inevitables y que influyen de forma decisiva en su vida cotidiana.

La línea roja del agua



Los Presupuestos Generales del Estado de este año ya han traspasado numerosas líneas rojas en el premeditado ataque del PP contra el estado del bienestar pero los de 2013 dan unos cuantos pasos más allá de ese límite. Sin embargo, por lo que a Canarias se refiere, las cuentas públicas del próximo año rebasan todo lo imaginable al dejar a cero la subvención que recibe la producción de agua desalada en las Islas, ya recortadas en los Presupuestos aún en vigor. 


Sólo la ignorancia o los deseos deliberados de jorobar – por no emplear otra palabra que también empieza por “j” - pueden explicar una decisión como esa. Ignorancia no creo que sea porque, entre otras cosas,  en la mesa del Consejo de Ministros se sienta un miembro del Gobierno que fue alcalde de la ciudad más poblada de Canarias y en la que la práctica totalidad de sus habitantes se tiene que abastecer por fuerza de agua desalada; por tanto, conoce perfectamente el coste de la producción y lo que pagan los ciudadanos por algo tan elemental y necesario como el agua. 

Ese mismo ministro fue también presidente del cabildo de una isla con un potente sector turístico que depende de manera directa e inevitable del agua procedente de potabilizadoras. Y no digamos nada de islas como Lanzarote o Fuerteventura en donde, además de contar también con una pujante industria turística, casi el 100% de la población residente tiene que abastecerse también de agua desalada. 

A pesar de las subvenciones públicas, el agua en Canarias es de las más caras de España y, encima, no es demasiado recomendable para beber o cocinar. De manera que decenas de miles de ciudadanos tenemos que recurrir al agua embotellada para tareas que en otros lugares del país se resuelven con el agua del grifo y a precios mucho más económicos. Para mayor escarnio estamos hablando de una partida de apenas diez millones de euros, lo que no llega ni a la categoría de gota en el océano presupuestario.

En su alocada y absurda carrera de recortes, el Gobierno del PP no ha tenido suficiente con someter a los canarios a la humillación de mostrar un certificado de residente para verificar que vivimos en estas islas o con regatearnos la compensación por la lejanía y la insularidad, además de despreciar los acuerdos bilaterales firmados y reducir a la nada partidas vitales como la del Plan Integral de Empleo. 

Ahora, además, pretende obligarnos a pagar el agua al precio del petróleo o del Don Perignon en un territorio con más de un 30% de paro y con los salarios y las pensiones más bajas del país. Los canarios no podemos consentir que el Gobierno traspase también esa línea roja y los primeros que deben evitarlo son nuestros representantes públicos en las Cortes Generales, empezando por los diputados y senadores del PP. Contemporizar o intentar justificar lo injustificable no es una alternativa por lo que, de llegar a aplicarse la medida, no tendrán otra opción que entregar sus actas de diputados y senadores.

Modular es lo mismo que recortar

No es casualidad sino todo lo contrario que el PP haya lanzado una piedra contra el derecho fundamental de manifestación justo en el momento en el que arrecian en la calle las protestas sociales contra las políticas de recortes del Gobierno. En el partido gubernamental empieza a cundir la preocupación por la frecuencia y la intensidad de las protestas y a algunos de sus miembros no se les ha ocurrido nada mejor que proponer una modulación de un derecho recogido expresamente en la Constitución.

Abrió el fuego la Delegada del Gobierno en Madrid pero enseguida se le unió el presidente de esa comunidad autónoma y hasta el Fiscal General del Estado, Eduardo Torres-Dulce, que habla por su parte de regular administrativamente ese derecho, eufemismo que, como el de modular, sólo pretende ocultar sin conseguirlo el verdadero fin de la idea: recortar el derecho ciudadano a manifestarse de forma pública y colectiva y dentro de los cauces ya establecidos por la Ley.

Aún preocupa mucho más que a Torres-Dulce le preocupen las manifestaciones que - dice – atacan a las instituciones del Estado, como si el Gobierno, las Cortes o el Poder Judicial debieran ser territorios sagrados exentos de la crítica y la protesta civil. Si a esa ocurrencia del Fiscal General del Estado le unimos el dislate de María Dolores de Cospedal al comparar el 25S con la intentona golpista de Tejero, es fácil hacerse una idea cabal de cuáles son las verdaderas intenciones de los que piden modular las manifestaciones: volver a la época en la que Fraga clamaba aquello de la calle es mía y poner en práctica las alabanzas de Rajoy a la mayoría silenciosa, acallando y deslegitimando así unas protestas sociales más justificadas que nunca en estos momentos. 


Con todo, se puede estar más o menos de acuerdo con las consignas de las manifestaciones – basta con no acudir a ellas si no se comparten sus proclamas o sus fines - y en absoluto se pueden compartir los actos de violencia que muy contadas veces se producen en estas protestas. Sobra pues la modulación, porque para perseguir y castigar la violencia eventual en las manifestaciones ya se bastan y sobran la policía y los tribunales de justicia que disponen de instrumentos materiales y legales más que suficientes para ello.

El PP, que ahora está tan preocupado por estas manifestaciones, es el mismo que desde la oposición animaba a participar en las que convocaban la Iglesia Católica o las víctimas del terrorismo contra José Luis Rodríguez Zapatero y en algunas de las cuales – por cierto – también hubo algún brote de violencia como el zarandeo, los insultos y el intento de agresión en 2005 a José Bono, entonces ministro de Defensa. 

En aquel momento, al PP no le parecía necesario modular nada ni lloraba lágrimas de cocodrilo por los negocios del centro de Madrid que solía colapsarse también con aquellas protestas; lo único que importaba es que se sumaran al desgaste del Gobierno cuantos más manifestantes mejor.

Si el PP, ahora en el poder, desea modular algo, tiene un inmenso campo de actuación a su alcance sin tocar derechos fundamentales. Puede empezar, por ejemplo, exigiendo responsabilidades penales a los banqueros que, después de endosarle a todos los españoles una deuda descomunal y de engañar a miles de ellos con las participaciones preferentes, están a punto de irse de rositas y con los bolsillos bien llenos; puede seguir por la propia corrupción que anida en el seno de los partidos, incluido el PP, y si lo desea, y no es mucho esfuerzo, puede perseguir el fraude fiscal de las grandes fortunas. Ahí tienen terreno el Gobierno, la policía y los jueces para modular a placer. Que lo hagan y dejen el derecho de manifestación en paz. 

Fueron felices y comieron perdices

No por mucho madrugar se alcanzan mejores acuerdos. Los presidentes autonómicos se plantaron ayer al alba en el Senado y mantuvieron una reunión con Rajoy más larga que un discurso de Fidel Castro. El encuentro se concretó en un documento unánime plagado de buenas intenciones: las comunidades autónomas se comprometen a cumplir el déficit del 1,5% este año y, en justa recompensa, el Gobierno abre la posibilidad de revisar el sistema de financiación autonómico y el reparto de la carga del déficit entre las distintas administraciones publicas.

Para acuerdo tan etéreo habría bastado con una hora de reunión e incluso con unos cuantos correos electrónicos. Porque una cosa son esos compromisos y otra bien distinta su cumplimiento: algunas autonomías no podrán cumplir el déficit y el Gobierno aplaza casi a las calendas griegas la revisión del reparto del déficit y del sistema de financiación autonómico. La de ayer era la quinta reunión en ocho años de los presidentes autonómicos con el jefe del Gobierno central y se celebró en medio de fuertes tensiones territoriales de las cuales, al parecer, apenas se habló salvo para defender la unidad nacional por parte de algunos presidentes autonómicos del PP. Así, mientras Rajoy aseguraba que la reunión no tenía como objetivo debatir el modelo de Estado, el presidente catalán Artur Mas hacía mutis por el foro camino del puente aéreo.

Al parecer, tampoco se habló mucho de los efectos sociales y económicos de los recortes del Gobierno de Rajoy y sólo el lendakari se atrevió a elevar la voz para advertir de que por esta senda el país va camino del abismo. Uno no entiende que no se aproveche un foro como ese, que debería ser mucho más frecuente y normal a la vista de que el Senado ni desaparece ni se convierte en una verdadera cámara de representación territorial, para exponer a tumba abierta los evidentes desajustes del modelo territorial de este país y las consecuencias que está acarreando para los servicios básicos de sanidad y educación que prestan las autonomías la política de orejeras de recortes sobre recortes.

A pesar de su escasa consistencia, el compromiso de ayer deja al menos tres conclusiones positivas: la primera el acuerdo en sí que, aunque demasiado bienintencionado, es una rara avis de estos tiempos de gresca permanente; la segunda, que las autonomías no son tan irresponsables como el propio Gobierno, el partido que lo sustenta y algunos medios de comunicación pretenden hacer creer; la tercera conclusión beneficia en exclusiva a Rajoy, que ha conseguido aplacar a sus barones más incómodos y a las comunidades más díscolas y presentarse ante los mercados con el compromiso de que todo el mundo será obediente y cumplirá sus obligaciones para crecer y crear empleo. Si a eso unimos que España “no pedirá el rescate este fin de semana”, qué más se puede pedir como no sea comer perdices.

Política para quien se la pueda pagar

María Dolores de Cospedal es una mujer muy atareada: preside la comunidad de Castilla – La Mancha, es la número dos del partido en el Gobierno del país y hasta antes de ayer era también senadora. Por los tres cargos percibía anualmente en torno al cuarto de millón de euros. Como senadora ya no cobra y como secretaria del PP asegura que tampoco, de modo que solo le queda el sueldo de presidenta autonómica, al parecer unos 68.000 euros anuales.

No creo que haya sido la caída de sus ingresos lo que la ha llevado a eliminar de los presupuestos autonómicos de 2013 el sueldo del medio centenar de diputados regionales, que sólo cobrarán dietas por asistencia a plenos y comisiones. Esto, para empezar, supone un elevado riesgo de que se declare en la cámara una epidemia de dietitis de difícil erradicación como no sea por la vía de reponer los sueldos como ocurrió hace unos años en la Asamblea de Madrid.

Lo grave es que la medida huele que apesta a un populismo demagógico, que lamentablemente tiene muchos seguidores, y nos retrotrae a los muy lejanos tiempos en los que la política sólo podía ser cosa de gente con posibles y cuyo objetivo no era la defensa del interés general sino el de una casta o grupo social determinado: la Iglesia, la familia o los sindicatos en las cortes franquistas, por no remontarnos a las cortes medievales o a las del Estado preliberal y democrático.

Al margen de que todo trabajo tiene que ser retribuido adecuadamente, su decisión – que ni siquiera comparten algunos destacados miembros de su partido – abre de par en par la puerta a que los representantes de la soberanía popular se conviertan en presa fácil de los grupos privados de presión. El sueldo público de los diputados, además de dignificar su trabajo, es una garantía contra ese tipo de prácticas corruptas y el mecanismo que permite a los ciudadanos que lo pagan exigir responsabilidades a sus representantes.

Por continuar con su razonamiento populista, si Cospedal quiere dar ejemplo de austeridad en tiempos de crisis, no debería aplicarlo sólo en espaldas ajenas sino en las suyas propias y en las de su Gobierno suprimiendo también sus respectivos sueldos. ¿Por qué no si, como pregona, la política debe ser una actividad eminentemente altruista?

De forma paralela a la supresión de los salarios de los diputados regionales, Cospedal quiere reducir a la mitad los 49 diputados que ahora tiene el parlamento autonómico de Castilla – La Mancha, como si – toda vez que no van a cobrar – importara demasiado que fueran 25, 100 o 200. Tal vez, lo que esconde la propuesta es tenerlo mucho más fácil en las urnas y rodearse de un exquisito círculo de adinerados diputados que puedan dedicar todo su tiempo a hacer lobby en la cámara autonómica .

A raíz de la crisis económica y de los sufrimientos que un día sí y otro también se les exigen a los ciudadanos, en la sociedad española ha crecido de forma alarmante la desafección hacia la política y los políticos, que es como decir hacia el sistema democrático; al mismo tiempo, se ha convertido en abrumadoramente mayoritaria la opinión de que debería de reducirse el número de representantes públicos quienes, además, deberían de ser los primeros en ajustar sus legítimas retribuciones a estos tiempos de sacrificios casi generalizados para le gran mayoría. Sobre todo eso se puede y se debe discutir y buscar acuerdos, pero cosa bien distinta y además muy peligrosa  es alentar esa desafección con medidas de rancio olor a tiempos felizmente superados.

El verdadero objetivo de los Presupuestos

Los presupuestos son el espejo de las intenciones políticas de un gobierno y los que se presentaron el sábado en el Congreso reflejan con toda claridad las del Ejecutivo que preside Mariano Rajoy. De nuevo se apuesta por el recorte del gasto frente al incremento de los ingresos y de nuevo se cava un poco más en el ya profundo hoyo en el que está hundida la economía española. 

De las cuentas públicas presentadas el sábado lo único creíble son los nuevos recortes en inversión pública que generarán más desempleo hasta rondar previsiblemente el 25% de la población activa, la congelación de los salarios públicos que enfriarán más el consumo y el nuevo tijeretazo en servicios básicos como la sanidad. Así y todo, no serán estos los únicos ni los últimos recortes si como es de temer España termina pidiendo el rescate, en cuyo caso, los libracos entregados el sábado en el Congreso se convertirán en puro papel mojado.

Por la parte de los ingresos, los presupuestos del año que viene no pasan de la mera declaración de intenciones: presuponer que en un escenario de recesión, desempleo y consumo congelado crecerán los ingresos es como creer en el milagro de los panes y los peces. Igual de ilusorio es suponer que con la aplicación de estos presupuestos la economía española sólo caerá el año que viene un 0,5%, en contra del parecer de la inmensa mayoría de los analistas y organismos internacionales. 
 
A la vista de la situación tampoco es creíble, como afirma el Gobierno, que se cumpla este año el sacrosanto objetivo del déficit y mucho menos el del año que viene y todo eso a costa de inmensos e inútiles sacrificios que una vez más recaen sobre los de siempre. Añádase que en 2013 destinaremos 38.000 millones de euros a pagar la deuda, más de lo que se destinará a gastos de personal, a pesar de lo cual deberemos a nuestros prestamistas prácticamente lo mismo que ganamos gracias a la generosa ayuda que recibirán los menesterosos bancos que han conseguido que entre todos paguemos sus pufos inmobiliarios sin que ello vaya a servir tampoco para que de una vez abran el grifo de los créditos.


Ese es, a grandes rasgos, el cuadro macroeconómico que dibujan estos maquillados presupuestos estatales que el Gobierno ha intentado endulzar anunciando una subida del 1% de las pensiones pero sin querer aclarar por evidentes razones electoralistas si las revalorizará de acuerdo con el alza del IPC, disparado a raíz de la subida del IVA.

Frente a las advertencias nada menos que del FMI y de la Comisión Europea en el sentido de que Rajoy se está pasando de frenada con sus recortes sin compensarlos con medidas que reactiven la economía, el Gobierno hace oídos sordos y se muestra completamente decidido a aprovechar la crisis para convertir en grato recuerdo del pasado el estado del bienestar por la vía de su acoso y derribo y su entrega en bandeja de plata a intereses privados. Con estos presupuestos, el PP da un nuevo y decidido paso en esa dirección y delata con claridad cuáles son sus verdaderas intenciones.