Españoles en el
mundo, el popular programa de
televisión, lo va a tener mucho más fácil para encontrar a
compatriotas regados por todo el mundo que han decidido hacer las
maletas y abandonar el país en el que nacieron en busca de las
oportunidades que aquí, a la vista del panorama laboral y social, no tienen ni aspiran a tener. En menos de dos años han abandonado el país más
de 900.000 ciudadanos, de los cuales, más de 100.000 son españoles.
Canarias no es ajena a esta nueva diáspora: unos 26.000 isleños han vivido de nuevo la experiencia de sus abuelos y han vuelto a cruzar el
charco en busca de trabajo.
A
mediados de la década pasada, los medios de comunicación de la
derecha machacaron a conciencia al Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero y a su ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús
Caldera, con lo que denominaron el efecto Caldera
o efecto llamada. Para
esos medios, ellos eran los responsables de la avalancha
y
la invasión de
inmigrantes que llegaban a nuestro país en busca de un futuro mejor,
lo mismo, ni más ni menos, que hacen ahora decenas de miles de
españoles. Venían a quedarse con nuestros puestos de trabajo – en
realidad, con los que los españoles, que nos creímos nuevos ricos,
no queríamos desempeñar – y a disfrutar de la sanidad, la
educación y los servicios sociales.
No
se trata de ignorar las fallas de la legislación de extranjería de
entonces pero tampoco de olvidar, como hacían esos medios, que los
inmigrantes que se radicaban legalmente en nuestro país, además de
contribuir a enriquecer la variedad cultural para una sociedad que
llevaba demasiado tiempo encerrada en sí misma, realizaron también
un aporte fundamental a la economía del país y unos ingresos en la
caja de la Seguridad Social que hoy, en cambio, empieza a criar
peligrosas telarañas por la caída creciente del número de
cotizantes. Aquella machacona insistencia en términos como invasión
y
avalancha empezó
incluso a generar el caldo de cultivo ideal para que germinarán en
él algunos movimientos políticos de corte xenófobo que,
afortunadamente, no han logrado extenderse.
En
menos de cinco año las tornas han cambiado por completo debido a la
profundización de la crisis económica: los inmigrantes regulares,
los primeros a los que ha golpeado esta situación, regresan en
cuanto pueden a sus países de origen o exploran nuevos destinos en
busca del trabajo que aquí han perdido. Los que han quedado en
situación irregular y ni siquiera pueden regresar, encuentran además
que el Gobierno les priva de la asistencia sanitaria gratuita con la
clara intención de enseñarles la puerta de salida del país.Con
ellos se han ido también esos más de 100.000 españoles en menos de
dos años, entre los que hay muchos jóvenes con buena formación que
ahora invertirán sus esfuerzos y sus conocimientos en beneficio de
otros países y no en el suyo.
Es probable que, a la vista de las
perspectivas económicas españolas y ante el empecinamiento del
Gobierno en que paguen la crisis sus víctimas y no sus culpables, a
esta hora miles de españoles estén haciendo las maletas para
abandonar el país y otros tantos estén pensando seriamente seguir
esos mismos pasos. Así
es como hemos llegado a lo que podemos llamar el efecto
Rajoy,
del que no se escucha ni lee nada en los medios que en su día se
inventaron el efecto
Caldera.
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