El PP y el Gobierno echan
mano todos los días de la herencia económica
que les dejó el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. Es el
mantra cotidiano con el que pretenden justificar las políticas de
recortes que están desfigurando hasta dejarlo irreconocible el
estado del bienestar. Nadie, ni siquiera el propio PSOE, niega a
estas alturas que Zapatero estuvo lento de reflejos a la hora de
reconocer el túnel económico en el que estaba entrando el país y
al que aún no se le ve la salida ni de lejos.
Ese
hecho y el dudoso honor de haber sido el primero en plegarse a los
dictados de los mercados y estrenar la tijera de los recortes,
llevaron al PSOE a la debacle electoral hace ahora casi un año,
aunque la cuesta abajo ya había empezado en las autonómicas y
locales de mayo con el PP haciendo la ola en todo el país. En todo
este tiempo – casi un año y medio - los socialistas no han
conseguido recuperarse lo más mínimo de un descalabro que le está
viniendo muy bien al PP aunque, como es natural, de esta otra
herencia de Zapatero
no digan ni una palabra los dirigentes populares y los miembros del
Gobierno.
Después
de salvar los muebles por la mínima en las elecciones andaluzas y
obtener el Gobierno de la Junta gracias a Izquierda Unida, el PSOE ha
vuelto a llevarse dos serios reveses electorales – en buena medida
previsibles – en los recientes comicios vascos y gallegos. En el
País Vasco ha cedido un amplio espacio político al nacionalismo y
en Galicia, la irrelevancia de su candidato Patxi Vázquez y la
abstención, le han servido en bandeja la mayoría absoluta reforzada
al popular Núñez Feijóo.
Antes
dos bofetadas electorales simultáneas – no por esperadas menos
dolorosas – la reacción en las filas socialistas ha sido la de
minimizar los daños y anunciar con la boca pequeña que toman nota
de lo ocurrido. Respuesta tan pobre a una situación tan grave – la
más grave del partido en los últimos 35 años, según Juan Fernando
López Aguilar – es cuando menos decepcionante y permite comprender
con meridiana claridad la creciente desafección ciudadana hacia el
PSOE, que este pasado domingo se ha dejado en el camino hacia las
urnas nada menos que 337.000 votos entre Galicia y el País Vasco.
Tamaño
descalabro y su correlativa irrelevancia en la política nacional, no
parecen ser causas suficientes para que la dirección socialista se
plantee de una vez la imperiosa necesidad de refundar el partido
desde sus cimientos y convertirlo en una fuerza política capaz de
conectar con las aspiraciones de una gran parte de la sociedad
española, más huérfana que nunca de proyectos alternativos
creíbles al neoliberalismo rampante y a las suicidas políticas de
austeridad.
Por
no plantearse, ni siquiera entra en sus cálculos hacer mudanzas en
la actual dirección del partido, tal vez esperando un más que
improbable milagro en las elecciones catalanas del próximo mes que
contribuya a restañar unas heridas ya demasiado gangrenadas como
para curarlas con cirugía menor de meros cambios de nombre a mayor
gloria de la dirección.
Y,
a todo esto ¿qué dice Alfredo Pérez Rubalcaba? Nada de nada. Dos
días después del batacazo electoral vasco – gallego, el
secretario general del PSOE aún no ha encontrado un hueco en su
agenda para hacer autocrítica y decir si piensa seguir al frente de
un partido en crisis. Porque parece claro que cuanto más tiempo
permanezca al frente del PSOE y cuanto más se demore la refundación
socialista, más lejos estará también la salida del túnel en el
que entró el partido junto con la crisis económica.
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