¡Qué tontos somos!


Va la lidereza y suelta la patochada de la semana y ya tenemos a un país entero enredado en un debate absurdo sobre si debe de suspenderse o no un partido de fútbol si los hinchas pitan a la bandera, al himno o al Príncipe. Se convocan protestas para denunciar los recortes en educación, en sanidad, en políticas sociales o en derechos laborales y este país se concentra en los bares a discutir sobre fútbol.

La lidereza hace la cuenta de la vieja con el déficit de su comunidad autónoma que, junto al de otras como Valencia y Castilla La Mancha, incrementa a su vez el del Estado y el Gobierno la justifica o mira para otro lado – me imagino qué diría si no fuera el PP el que gobernara en Madrid -. Mientras, los españoles picamos el anzuelo y gastamos esfuerzos y saliva en una ridícula discusión sobre nacionalismos, himnos y banderas.

El Gobierno echa tierra sobre el escándalo de Bankia y el dinero público que hay que meter en los bancos para que no quiebren y no se nos ocurre otra cosa mejor que hacer que dividirnos en facciones patrióticas y envolvernos en banderas. Rajoy se pliega a las exigencias de Merkel para seguir apretándonos las tuercas y de la noche a la mañana nos convertimos en fanáticos nacionalistas de uno u otro color.

Presumen algunos gobiernos autonómicos como el canario de haber sido obedientes y cumplir con los objetivos de déficit aún a costa de destruir empleo público plegándose así a las exigencias de Madrid y de la patronal y lo único que se nos ocurre hacer es tomar posiciones en la bizantina discusión sobre si es delito o no pitarle a la bandera, al himno o al jefe del Estado en un partido de fútbol.

Va un fiscal y dice que el presidente del Consejo General del Poder Judicial no cometió delito alguno aunque le cargara a las cuentas públicas facturas por 13.000 euros de sus largos fines de semana a Marbella y el grueso de los españoles actuamos como si nos resbalara el asunto y como si esos 13.000 euros no los hubiésemos pagado entre todos.

"Pan y circo" ofrecían los gobernantes romanos para tener a la plebe entretenida y apartada de la política mientras ellos se daban a la gran vida y hacían y deshacían a su antojo. En España, pan va quedando cada vez menos pero circo tendremos para mucho tiempo como sigamos así.

Mario Vargas Llosa y la crisis (1)



Mario Vargas Llosa es un tipo admirable: a sus muy bien llevados 76 años mantiene una enorme capacidad de análisis y un dominio del lenguaje para expresar sus ideas con tan rotunda claridad que resulta difícil no estar de acuerdo con él en la mayor parte de las posiciones que defiende con segura convicción.

Sin contar su fructífera trayectoria literaria, merecedora de los más importantes galardones en su género (Nobel, Príncipe de Asturias, Cervantes, etc.). En el transcurso  de su reciente paso por Las Palmas de Gran Canaria para recibir el título de hijo adoptivo de la ciudad y ser investido doctor honoris causa por su universidad, el escritor peruano ha dejado algunas reflexiones de calado sobre la banalización de la cultura, asunto central de su último ensayo titulado "La civilización del espectáculo", o la trascendencia de la lectura para quienes aspiran a dedicarse a la literatura o simplemente para la formación humana, intelectual y cultural de cualquier ciudadano.

Habló también del papel de los intelectuales en la sociedad actual para lamentar la poca atención que se les presta en un mundo dominado por la imagen, deplorar la creciente tendencia de los políticos a rodearse de estrellas mediáticas de moda y reconocer, no obstante, que también han sido muchas las equivocaciones en las que han incurrido esos mismos intelectuales.
 
 Es evidente por todo ello que Mario Vargas Llosa no responde al tópico del escritor encerrado en su torre de cristal ajeno a lo que ocurre a su alrededor y atento sólo a incrementar y mejorar su obra literaria. Eso le lleva a adentrarse en jardines como el de la crisis económica, sus causas y sus consecuencias, en los que ya se hace casi imposible compartir sus puntos de vista.



En un encuentro con los medios de comunicación durante su estancia en Canarias, Vargas Llosa hizo una encendida defensa de la vigencia de la unidad europea como el único proyecto capaz de superar para siempre los conflictos terribles que han azotado el viejo continente durante siglos, especialmente las dos guerras del siglo XX. 

Nada habría que reprocharle a esa saludable dosis de optimismo si no fuera porque los hechos tozudos, que al final son los que cuentan frente a los proyectos políticos más idealistas y las grandes palabras, parecen señalar en la dirección contraria. El ascenso de la extrema derecha en Grecia, Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda o el Reino Unido ante la manifiesta incapacidad de los viejos y anquilosados partidos políticos para generar esperanzas entre los ciudadanos de la maltrecha Europa es sólo un ejemplo de los varios que se podrían poner sobre la mesa.

Tampoco es posible compartir su visión sobre el origen de esta profunda crisis económica que Vargas Llosa parece circunscribir al derroche en el gasto por parte de gobiernos como el español, lo que le lleva a concluir que los sacrificios que ahora nos toca hacer los tenemos bien merecidos por haber vivido muy por encima de nuestras posibilidades, tópico cada vez más odioso. 

(Continúa)

Mario Vargas Llosa y la crisis (y 2)


De un plumazo se olvida el laureado escritor peruano de la desregulación del sistema financiero mundial impulsado desde la época de los muy liberales Reagan y Thatcher, de la contabilidad creativa de los bancos, de las hipotecas basura que esa desregulación favoreció y que está en el origen de la crisis y de los sueldos multimillonarios de los directivos de bancos rescatados con ingentes cantidades de dinero público. Según su argumento, parece como si un capitalismo libre de ataduras y cabalgando sobre una globalización atenta sólo a los grandes movimientos de capitales gracias a las nuevas tecnologías de la información no hubiese tenido responsabilidad alguna en la situación actual.
 
Su defensa de la política de austeridad fiscal a toda costa que la canciller alemana Angela Merkel ha impuesto a toda Europa entronca perfectamente con la gran idea fuerza del neoliberalismo: lo público es ineficiente y derrochador por naturaleza y sólo lo privado es garante de eficiencia y riqueza.

A estas alturas de la crisis, cuando se multiplican las señales y las voces cualificadas que denuncian que el camino del masoquismo fiscal sólo puede conducir al abismo más profundo, como si alguien que ha caído en un hoyo cavase cada vez con más fuerzas para intentar salir de él, resulta desconcertante y desconsolador escuchar a un intelectual como Vargas Llosa criticar a quienes osan cuestionar esa política suicida generadora de sufrimiento y desesperanza. 

 Con todo, lo más descorazonador es el veredicto de Vargas Llosa sobre quién debe pagar los platos rotos de la crisis: con la claridad que le caracteriza, asegura que en todas las grandes crisis de la historia, las pasadas, la presente y las futuras, siempre ha sido, es y será "el pueblo" el que cargue sobre sus espaldas las culpas de la minoría responsable. Y remata diciendo que oponerse a esa realidad histórica puede ser muy válido desde el punto de vista ético pero no es políticamente operativo.

Si el argumento no viniera de quien viene cabría decir que Vargas Llosa es un cínico sin corazón ni sensibilidad alguna ante la miseria y el dolor que está inflingiendo a millones de seres humanos el ideario económico y político que él mismo defiende. Parece más bien como si hablase o escribiese sobre la crisis, sus causas y sus consecuencias, de oídas y desde un conocimiento puramente académico pero muy imperfecto de la realidad social.

Al predicar de este modo la resignación ante la injusticia que supone que paguen las consecuencias de la crisis quienes la padecen, Vargas Llosa se convierte en un intelectual orgánico más del capitalismo realmente existente, aquel para el que el primer y único valor a defender es el enriquecimiento económico individual y para el que, como diría Margaret Thatcher, "la sociedad no existe".

Todo lo cual, además, entra en flagrante contradicción con el papel de conciencia y crítica social que el propio Vargas Llosa parece reclamar para los marginados intelectuales. En estos tiempo más que nunca necesitamos pensadores críticos, con ideas originales, lucidez en el análisis, alternativas creíbles y explicaciones convincentes de lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué podemos hacer. Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores vivos, no se encuentra entre ellos.
 
NOTA: Para quien crea que las afirmaciones de Vargas Llosa sobre las causas y las consecuencias de la crisis fueron hechas sin pensar (no creo que Vargas Llosa haga nunca una reflexión en voz alta sin haberla meditado previamente con mucho detenimiento) y en el contexto informal de un encuentro con periodistas, puede leer este artículo publicado ayer en EL PAÍS:  "Las ficciones malignas" - Mario Vargas Llosa

Músicas para una vida - Pedro Navaja

Pequeña obra maestra de género negro de Rubén Blades, inspirada en la canción Mackie Messer de Bertolt Brecht a la que en su día puso música Kurt Weill.


No nos lo merecemos


No merecemos los ciudadanos lo que nos está pasando, lo que están haciendo con nosotros y de nosotros. No merecemos que nos engañen a diario, que nos tomen por idiotas, que nos narcoticen con falsos señuelos de mejoría y prosperidad en un plazo que ni se preocupan en fijar porque en el fondo les es indiferente: no son ellos los que sufren.

Sin embargo, los que tienen la suerte de conservar un trabajo acuden a diario a cumplir sus compromisos intentando creer que hay futuro, que saldremos de ésta situación y que la angustia, la desazón y la incertidumbre que ahora nos invaden pasarán pronto a ser pesadillas del pasado que no tardaremos en sepultar en nuestra siempre frágil y corta memoria.

Los que no lo tienen se levantan cada mañana pensando y deseando que ese sea el día en el que puedan volver a sentirse útiles, vivos y con ganas, fuerzas y recursos para recuperar el control de sus vidas y atreverse incluso a emprender nuevos proyectos.



La gran mayoría cumplimos cada año con Hacienda sin beneficiarnos de amnistías fiscales y esperamos que nuestro esfuerzo y nuestros impuestos sirvan para sentirnos orgullosos de vivir en un país más próspero, más saludable, más culto y más solidario.

Por eso, no merecemos que nos mientan sobre el verdadero objetivo de las medidas que dicen tomar por nuestro bien, por nuestra felicidad y por nuestra prosperidad y la del país. No somos tan ingenuos como para creernos que los recortes en la sanidad pública garantizan una atención sanitaria universal, gratuita y de calidad;  ni que cuando los recortes se aplican a la educación servirán para mejorar la calidad de la enseñanza.

¿Por qué clase de estúpidos nos toman cuando nos aseguran que el abaratamiento del despido es la clave para crear empleo? ¿Nos suponen idiotas cuando regalan amnistías fiscales a los defraudadores a cambio de una módica multa del 10% al tiempo que suben los impuestos a los trabajadores de nómina y ni se atreven a tocar las grandes rentas?

¿A qué tipo de zascandiles creen dirigirse cuando pregonan que se presta un gran servicio al país metiendo dinero público en los bancos hundidos en su propia avaricia, mientras los responsables del desastre se van con los bolsillos llenos y sin rendir responsabilidades ante nadie?  

¿Suponen que somos tan ilusos como para creernos eternamente que todo lo que está ocurriendo en las últimas fechas es culpa de la herencia recibida, de los mercados o de la Unión Europea? 

¿Creen que esparciendo tinta de calamar en todas las direcciones podrán ocultar sus propias incompetencias, descoordinación e improvisaciones? Aunque tengan la mayoría absoluta legitimamente obtenida en las urnas y aunque la situación sea difícil y hasta crítica no merecemos que nos mientan y nos traten como a ciudadanos indocumentados, desinformados o menores de edad. 

No nos merecemos que caigan sobre nuestras espaldas las consecuencias de una situación en la que no tenemos ni un ápice de culpa; no nos merecemos que se aproveche la situación económica cuyos auténticos causantes tienen rostros, nombres y apellidos para desatar un ataque sin cuartel contra la conquista social que supone el estado del bienestar. Que nos digan la verdad, como prometieron en la campaña electoral, y cumplan al menos con una de sus promesas después de haber violado todas las demas. 

Que no nos mientan más: no  lo merecemos y no debemos consentirlo.  

Músicas para una vida - La bella molinera

En memoria de Dietrich Fischer-Dieskau, fallecido ayer a los 86 años de edad. Fue uno de los mejores barítonos de la segunda mitad del siglo XX y, sin duda, el mejor intérprete de lied además de un excelente cantante de opera. Descanse en paz.

Artículo de EL PAÍS sobre la muerte de Dietrich Fischer - Dieskau



El riesgo de la prima


Ya está: España acaba de batir el récord al situarse su prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos. Han dicho siempre los expertos que ese puede ser el punto de no retorno que nos conduzca de cabeza a un rescate a la griega, a la portuguesa o a la irlandesa.

Ojalá y se equivoquen de nuevo los analistas como ya ha ocurrido en no pocas ocasiones durante esta larga crisis. Aún así, la situación se torna más dramática por momentos y amenaza con hacer de España otro país de la zona euro completamente intervenido por los mercados que encarnan el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Central Europeo como ya ocurre con Grecia, Portugal e Irlanda.

No es que ya no estemos intervenidos por esos mercados que nos gobiernan desde la sombra y convierten a los políticos elegidos en las urnas en meros títeres de sus intereses especulativos. Sin ir más lejos, ahí tenemos a un silencioso Rajoy, el que junto a sus seguidores nos prometió que si los españoles le otorgaban la confianza en las urnas acabaría la desconfianza en España, se crearía empleo de calidad, no subirían los impuestos y no habría más dinero público para los bancos.

Justo lo contrario de lo que ha hecho desde que accedió al poder, en parte obligado por los insaciables mercados que siguen sin confiar en él y en sus draconianas medidas y en parte víctima de su cada vez más evidente incapacidad para manejar una situación infernal a la que responde con altas dosis de improvisación. Lo ocurrido con la fallida reforma del sistema financiero y la escandalosa intervención de Bankia es un buen ejemplo.

 Ahora se atrinchera en La Moncloa de la que sólo sale los fines de semana para arengar a los suyos desde algún púlpito de su partido y amenazarnos a todos con "seguir haciendo reformas todos los viernes" y demonizar a las comunidades autónomas sin hacer distingos entre las más despilfarradoras – muchas de ellas gobernadas por el PP - y las más austeras.

Pero a los mercados les da igual lo que diga Rajoy en los mítines del PP o los nuevos recortes que prometa aplicar: nada parece suficiente para que suavicen la presión sobre una pieza de caza mayor como es España. ¿Qué dirá ahora Rajoy si es que dice algo? ¿Qué dirá su locuaz ministro de Economía que cuanto más enfatiza que algo no ocurrirá no tarda en ocurrir? ¿Qué hará Rajoy para sacar a España de la primera línea de fuego de los mercados?

¡Qué fácil es descalificar y ponerle pegas a todo cuando se está en la oposición y qué difícil es demostrar cuando se está en el poder que las promesas son algo más que palabrería hueca para captar votos! Si Rajoy y su partido tienen alguna idea clara de lo que hay que hacer para que España no termine convertida en un protectorado de los tiburones de la especulación financiera sin que ello suponga inflingir más sufrimiento a los de siempre, es el momento de ponerla en práctica. Si no la tiene, y mucho me temo que no, tal vez deberíamos irnos preparando para lo peor.

Músicas para una vida - Wild world


Tras su conversión al islam se llama Yusuf Islam y sigue cantando, pero es mas conocido por su nombre anterior: Cat Stevens (su novia decía que tenía ojos de gato). Hizo algunas muy buenas canciones como éste"Wild world" y hasta compuso para cine ("Harold y Maud").



Ya soy banquero


El sueño de una vida, mi verdadera vocación, hecho realidad de la noche a la mañana y por sorpresa: ¡ya soy banquero! Pequeño, insignificante, invisible, sin puro ni levita ni sombrero de copa, pero banquero. Para que luego digan que este Gobierno no piensa en el interés general, que improvisa y que sólo nos da disgustos viernes tras viernes y semana tras semana.

Bien es verdad que el banco del que me ha convertido en accionista el Gobierno – Bankia - no parece andar muy boyante y sus cuentas presentan más agujeros que un colador. Pero patriotismo obliga y sin con mi dinero contribuyo a salvarlo de desmoronarse como un montón de ladrillos mal colocados y evitar así que se venga abajo el otrora vigoroso y saneado sistema bancario español, me doy por satisfecho.

Por el bien del país tampoco aspiro a cobrar dividendos ni a recuperar al menos la inversión realizada cuando los negocios empiecen a ir bien y el banco ahora salvado se quede con ella. Todo lo doy por bien empleado si sirve para sanear la banca y hacerla más competitiva para que vuelva a vendernos duros a cuatro pesetas que – para qué engañarnos - es el verdadero negocio de los banqueros y no es plan de pedirles que se conviertan en una ONG.

Por eso, no pienso agarrarme un berrinche porque el bueno de Rajoy no nos avisase con tiempo de que iba a convertir en banqueros a todos los españoles para poder estar convenientemente preparados en una ocasión tan señalada. 


Ya se sabe que Rajoy es hombre de pocas palabras y poco claras y no es fácil determinar si va o si viene, si sube o si baja, si explica o despista. En realidad – para qué engañarnos – nunca se sabe si él sabe lo que está haciendo y lo que quiere hacer.

Y menos hay que cargar contra Rodrigo Rato, el hombre que llegó del FMI a tocar la campanita de la salida a bolsa de mi nuevo banco y menos de dos años después ha tenido que hacer el petate con más deshonor que honor. Si se prestó al juego político de la "lidereza" Aguirre en Caja Madrid y a la cohabitación bancaria con un correligionario valenciano llamado José Luis Olivas, que dirigía Bancaja, otro queso de Gruyere inmobiliario, tampoco es para ponerlo de chupa de dómine. Al contrario, merece alabanzas, homenajes y hasta una calle y una plaza en cada rincón de España por contribuir a hacernos a todos banqueros como Franco nos animó a hacernos accionistas de Telefónica comprando matildes.

Hacen mal también los que ponen en la picota al gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, MAFO para los connoisseurs,  por estar en Belén con los pastores mientras mi nuevo banco hacia la cuenta de la vieja. No obstante, tal vez le vendría bien, ahora que le queda medio telediario, salir y decir algo sobre el hecho de que haya sido una auditoría privada en lugar del Banco de España – me pregunto para qué rayos sirve el Banco de España si no es capaz de ver un agujero como ese -  la que, tras pasar la raya y hacer la suma, se tapó la nariz y dijo que no firmaba aquello.

Y lo siento por los pequeños accionistas que han visto como los ahorrillos que habían invertido en acciones en las que se miraban se les iban por el sumidero en menos de tres días porque un ente llamado Comisión Nacional del Mercado de Valores no suspendió las cotizaciones de mi nuevo banco cuando arreciaba la tormenta de rumores y especulaciones sin que nadie diera la cara para atajarlos. Deben tener entereza y resignación y confiar en que a partir de ahora las cosas empezarán a ir mejor, que no tengan la más mínima duda: lo dice el Gobierno. Por mi parte no me quejo, al contrario: gracias a todas estas improvisaciones, conchabos políticos e incompetencias, ya soy banquero.

Justicia caribeña

Al juez Garzón lo pusieron de patitas en la calle sus colegas del Tribunal Supremo por atreverse a pegar la oreja en las conversaciones entre los cabecillas de la trama Gürtel y sus abogados, no fuera a oír cosas inconvenientes. Por si fallaba la estrategia también lo empitonaron por investigar los crímenes del franquismo y por unos cursos en Nueva York con patrocinio de un banco. Un juez incómodo menos.
Al juez Carlos Dívar, presidente del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, le acaba de sacar los colores un vocal del Consejo que ha tenido la osadía de ir a la Fiscalía con las facturas de unos gastos que el tal Dívar realizó con cargo a las arcas públicas durante algunos fines de semana caribeños de lujo y mantel en Marbella – remanso y oasis de transparencia política, como todos sabemos.
Él dice que el gasto es una "minucia" y tiene razón: ¿qué son unos 6.000 euros de nada para el erario público en un país en donde atamos los perros con longanizas, apenas hay paro, todos somos banqueros y la justicia, la sanidad y la educación siguen siendo completamente gratuitas y universales? 
 Lo que hoy son ganas de molestar y desestabilizar las instituciones de este país cuando, además, esas cosas se pueden resolver de puertas adentro sin que se enteren ni la fiscalía ni los cotillas y entremetidos periodistas.  
¿Es que acaso no tienen derecho tan altos magistrados a disfrutar cómo les plazca de esos largos fines de semana que van de jueves a martes y que en la jerga judicial se conocen como "caribeños"? ¿No es bueno para su salud y la equidad de sus decisiones que trabajen poco, descansen en hoteles de lujo y coman en restaurantes de diseño?
¿No es un bien para el país que, en el tiempo que les quede libre, si pueden y no les causa mucho quebranto, visiten algún juzgado, se interesen por los problemas judiciales de la zona o se tomen unas cervezas con algunos colegas de promoción o carrera para estrechar lazos de amistad y compartir experiencias? Ya lo dijo Groucho Marx: "¿Pagar la cuenta? Qué costumbre tan absurda."

La "bankia" siempre gana


Otra vez se nos coloca a los españoles ante el dilema imposible de dejar caer una entidad bancaria o rascarnos el bolsillo para evitarlo. Hablo de Bankia, ese gigante que Rodrigo Rato presentó en bolsa casi el otro día mismo haciendo sonar la campanita famosa pero que ahora abandona con un buen pico de indemnización a pesar de haber quedado patente su incapacidad para sacarlo a flote.

Porque, a la postre, Bankia se ha revelado como un gigante con los pies hundidos en el hormigón de la burbuja inmobiliaria por la mala cabeza de los que dirigieron y aún dirigen las entidades que lo integran. Otros muchos hicieron lo mismo, también es cierto.

Los analistas más sesudos coinciden en que no habrá más remedio que acudir en su ayuda con fondos públicos porque dejarlo caer sería aún mucho peor para los ahorradores que tienen en Bankia su dinero y para el conjunto del sistema financiero que se vería inevitablemente afectado. Por cierto que, al Gobierno, no parecen preocuparle mucho los ciudadanos que tienen su dinero en Bankia ya que nadie, salvo alguna declaración al vuelo en algún pasillo perdido, ha tenido la valentía de dar la cara y enviar un mensaje de tranquilidad.

Lo que ha hecho en cambio es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados: decir que no va a hacer lo que todos sabemos que terminará haciendo, esto es, meter dinero público en Bankia tal y como le recomendó no hace mucho el Fondo Monetario Internacional, coartada perfecta para tomar la decisión por si no bastara con los feos números que presenta la entidad.  

Así que toca pagar de nuevo y lo vamos a hacer los de siempre, los que nada tenemos que ver con la orgía inmobiliaria a la que se entregaron los banqueros cuando las cosas iban bien y los políticos y supervisores – léase Banco de España – miraban para otro lado y en algunos casos – no pocos – ponían la mano.

Y una vez más se nos vende también la especie de que es necesario sanear de ladrillos a las entidades financieras para que vuelva a fluir el crédito a las empresas y a los particulares. Esa canción suena ya a disco rayado: la reforma del sistema financiero se ha ido abordando con parches pagados en muchos casos con dinero de los contribuyentes y se ha ido dejando para el último momento para no incomodar a la banca.

Primero había que subir los impuestos, cargarse el modelo de relaciones laborales de este país y meterle un buen hachazo a la sanidad, la educación y las políticas sociales. Mientras, los bancos han podido continuar haciendo negocio con el maná que ha repartido el Banco Central Europeo y esperando a que la situación fuera tan comprometida para sus balances que el Gobierno no tuviera otra alternativa que darles bicarbonato en forma de dinero público para acelerar la larga y pesada digestión del ladrillo.

Ahora se anuncia que se van a incrementar las exigencias de provisión de fondos incluso para los activos no tóxicos, exigencias que tendrán que cumplirse en un tiempo récord. Lo que probablemente hará que algunos entren en pérdidas, que caiga la confianza de los inversores en ellos, que cada vez les sea más difícil acceder al crédito y que las empresas y los particulares sigan sin ver un euro.  

Pero no hay de que preocuparse: aquí estamos los curritos para echarles una mano cuantas veces haga falta. Dónde si no tiene su origen la sabia frase de que la bankia siempre gana.

Hollande y el triunfo de la política


La victoria del socialista Hollande en la segunda vuelta de las presidenciales francesas ha generado una ola de entusiasmo legítima y hasta saludable. Sus promesas de no fiar la salida de la crisis sólo al sadismo fiscal con el que el neoliberalismo quiere hacer pagar a las víctimas de la crisis los desmanes de los bancos y los mercados financieros, son un rayo de esperanza en un horizonte lleno de miedos e incertidumbres.

Salvando las distancias y las circunstancias, las expectativas generadas por la victoria socialista en Francia recuerda no poco a las que se activaron con la victoria de Obama hace cuatro años en Estados Unidos. Cuatro años después, el balance de la gestión del político más poderoso del mundo deja mucho que desear.


Como Obama, el nuevo presidente francés se enfrenta a no pocas resistencias para hacer posible su promesa de que otra forma de afrontar la crisis es no sólo posible sino imprescindible. Empezando por los poderosos mercados financieros, que ya empiezan a mostrar signos de que no les gusta el posible viraje en la política económica que ha venido marcando con mano dura e inquebrantable la canciller alemana Angela Merkel con el inestimable apoyo ciego del perdedor Sarkozy o los populares españoles quienes, pese a las voces crecientes que exigen un cambio de rumbo, insisten en el mantra de los ajustes y sólo con la boca pequeña hablan de "crecimiento".

Continuando por las elecciones legislativas francesas previstas para dentro de un mes en las que los socialistas necesitan hacerse con la mayoría para poder aplicar las medidas anunciadas en la campaña presidencial. Estos y otros factores deben ser cuidadosamente analizados para no caer en un optimismo exacerbado que termine en una nueva decepción y en un arma más del neoliberalismo para justificar sus políticas de acoso y derribo del estado del bienestar.

Que sea enhorabuena la victoria de Hollande pero, sobre todo, que sirva de verdad para que los ciudadanos de a pie volvamos a creer en el papel preponderante que debe desempeñar la política en una auténtica sociedad democrática.

Músicas para una vida - "Las ciudades"

Algo ecléctica va saliendo la selección pero es imposible resistirse al "rey". José Alfredo Jiménez, un simple camarero, que se convirtió en ídolo de masas dentro y fuera de México gracias a su capacidad innata para contar y cantar historias sencillas y cercanas al corazón del común.


El cinismo del FMI


Cinismo y desvergüenza. No hay otros términos para calificar la recomendación del Fondo Monetario Internacional al Gobierno de España para que inyecte más dinero público en la atragantada de ladrillo banca española. Hay que ser muy caraduras y muy insensibles ante la situación del país y ante los brutales recortes del Gobierno del PP para hacer una propuesta de ese tipo.

Aunque tal vez no debería sorprendernos demasiado: El FMI es el fiel guardián de los intereses del capitalismo y sus mercados y, quien quiera saber más de las desastrosas consecuencias que han tenido sus recomendaciones a lo largo de la historia, tiene a su disposición un buen arsenal bibliográfico. Sin ir más lejos, el último y magnífico libro de Josep Fontana "Por el bien del imperio" (Ed. Pasado y Presente).

El FMI es el organismo que permaneció ciego cuando el castillo de naipes del sistema financiero se vino abajo conduciéndonos a la situación actual después de años de desregulación bancaria que, por supuesto, aplaudió sin reservas.

El ministro Luis de Guindos ya ha dicho que tendrán que ser los bancos los que se las arreglen solitos para digerir su atracón de ladrillo y lo ha dicho con la misma contundencia con la que Mariano Rajoy anunció que no subiría los impuestos, no abarataría el despido y no implantaría el copago, y ya ven cómo estamos.

Con esa "recomendación" del FMI tiene el Gobierno una buena excusa para echarle una nueva manita a los sufridos banqueros de este país que, llegado el caso, ya sabrá justificar por la vía de que eso "abrirá el grifo del crédito" y "fortalecerá nuestro sistema financiero", monsergas para ingenuos ya imposibles de creer, como casi todo lo que dice este Gobierno mientras hace justo lo contrario.  

Del estado del bienestar a la ley de la selva


Del muy imperfecto estado del bienestar del que hemos disfrutado después de muchos esfuerzos en España estamos pasando a marchas forzadas a la ley de la selva en donde prevalecen los más fuertes, léase los más ricos.

Amparado en su mayoría absoluta y en su completa falta de sensibilidad, el Gobierno ha cargado sobre los hombros de los empobrecidos pensionistas de este país el pago de los medicamentos y hasta de las prótesis y el transporte sanitario que necesitan, por ejemplo, para acudir a rehabilitación o a recibir quimioterapia.

No contento con tamaña injusticia, que extiende al resto de la población que tenga la desgracia de ponerse enferma, el Ministerio de Sanidad excluye también de la asistencia sanitaria pública a los inmigrantes irregulares sin detenerse a pensar en los riesgos que representa la medida para la salud pública general y, por supuesto, sin un ápice de piedad para aquellos ciudadanos de otros países extracomunitarios que se han quedado sin trabajo debido a la crisis.

Nada importa, no hay valores ni principios humanitarios ni de equidad social en una derecha ultraliberal que sólo ve en el estado del bienestar un despilfarro de dinero público y no una manera – la única posible -  de redistribución de la riqueza.

Vamos a ritmo imparable hacia esa ley de la jungla en la que los más débiles, los más pobres, los enfermos y los inmigrantes tienen todas las de perder. Sólo importa tranquilizar a los mercados – los reyes de esta selva -, echar números para ahorrar y hablar del déficit y del peligro de ser intervenidos, como si no lo estuviésemos ya de hecho.

Las personas ya no importamos, nuestros proyectos vitales estorban a la hora de hacer la resta y nuestra opinión como ciudadanos importa aún menos. Sálvese quien pueda.    

Las dos cartas de Rajoy


Cuentan que, cuando el viejo líder soviético Nikita Krushev (el del zapatazo en la ONU) abandonó la dirección del Partido Comunista, escribió y lacró dos cartas dirigidas a su sucesor Leonidas Brezhnev. Al cederle el poder, le aconsejó que abriese la primera carta en cuanto se le presentase un problema de difícil solución y la segunda cuando se volviera a encontrar en la misma situación.

El primero de los grandes problemas no tardó en llegar, así que Brezhnev abrió la primera de las cartas:
 - Hágame a mi responsable de todo – decía.
 Brezhnev se zafó de sus propias responsabilidades por la vía de culpar de todos sus problemas a Krushev. Pero, pasado el tiempo, los problemas seguían ahí y Brezhnev abrió entonces la segunda carta:
 -  Siéntese y escriba otras dos cartas – ponía ésta.

No sé si Zapatero escribió o no dos cartas dirigidas a Rajoy antes de dejar La Moncloa, aunque supongamos por un momento que lo hiciera. Rajoy está justificando todas las duras e injustas medidas de su Gobierno por la "herencia recibida" y, con la excusa de que los socialistas dejaron un déficit público del 8,5% que hay que bajar "cueste lo que cueste", está laminando a marchas forzadas los cimientos del estado del bienestar: educación, sanidad y políticas sociales.

Y amenaza además con seguir por la misma senda, al menos, hasta el verano si es que para entonces queda algo que recortar, ajustar o eliminar directamente. Ya no se corta incluso para pedirnos "unos pocos euros" porque no hay dinero para pagar los servicios básicos, aunque sí lo hace y mucho para atacar con valentía el fraude fiscal (en su lugar aplica una benevolente amnistía), gravar las rentas más altas o las transacciones financieras.

Todo por culpa de la herencia de los socialistas y todo en aras de la confianza de los benditos mercados que siguen a lo suyo – especulando - como quien oye llover. Sin embargo, el argumento de la herencia recibida no durará eternamente y no tardará en llegar el momento en el que esa excusa se agotará y Rajoy tendrá que asumir sus decisiones y las consecuencias dramáticas que ya están acarreándole al país. ¿Abrirá entonces la segunda carta?

Alivio para los elefantes


Vale. El Rey se ha disculpado, y con cara de no haber roto nunca un plato, ha dicho ante las cámaras de televisión que "lo siente mucho" y que "no volverá a ocurrir". Todo el país ha dado por sentado que se refería a la cacería de elefantes en Botsuana mientras en casa volvía a rondar la negra sombra del rescate económico y el Gobierno se ensañaba en su empeño de conducirnos a todos por la senda de la "recuperación y el crecimiento". Puede que hasta los elefantes de Botsuana hayan respirado aliviados al conocer las disculpas del Rey.

Pero ¿es suficiente? ¿hay que pasar página, considerar lo ocurrido como un error aislado, olvidar el pasado y volver al amor? Creo que no. Aunque la Casa Real anuncie ahora, a elefante pasado, que se estudiará con cuidado la agenda real, pública y privada, para no dar lugar a habladurías, es necesario hacer mucho más.

Empezando por definir con claridad y regular legalmente las funciones y obligaciones de la monarquía y de los miembros de la familia real, así como sus relaciones con el Gobierno. Tal vez si esto se hubiese hecho hace tiempo, si se le hubiesen marcado límites al Rey y a los miembros de su casa, si se le hubiesen trazado líneas rojas que en ningún caso debían traspasar, el Rey no habría tenido necesidad de adoptar ese gesto de niño pillado en un renuncio.

Y no estaríamos hablando hoy de sus medievales cacerías de elefantes indefensos o de osos borrachos, de los negocios turbios de sus parientes más allegados, de su propia presunta relación con ellos, de sus líos de faldas aireados en los últimos días pero conocidos sotto voce desde hace años o de la "soledad de la Reina". No están las cosas para perder el tiempo en estos asuntos aunque algo ha tenido de bueno todo lo ocurrido: por primera vez se ha hablado en España sin tapujos sabre la Casa Real y sus miembros.

Que en su vida privada el monarca y sus familiares pueden hacer de su manto un sayo como cualquier hijo de vecino nadie lo cuestiona. Sin embargo, el Rey y sus familiares no son cualquier hijo de vecino: viven de los presupuestos y asumen una responsabilidad pública de la que deben ser plenamente conscientes en todo momento, máxime en situaciones tan difíciles como las actuales.

El Rey ha demostrado en muchas ocasiones que lo es aunque en otras, como la última, la que asegura que no se volverá a repetir, no lo ha sido. La gran duda es si los políticos, tan poco proclives a pedir disculpas por sus diarias meteduras de pata aunque a veces - no siempre -  paguen sus errores en las urnas, algo por lo que el Rey no tiene que pasar, son capaces de una vez de enderezar el espinazo cuando se habla de la Casa Real.   

La Guerra de la Vaca Muerta


Miren que ha habido guerras con nombres llamativos: "Guerra del cerdo", "Guerra de la oreja de Jenkins", "Guerra de las naranjas", "Guerra de la silla de oro", "Guerra de los 30 años", etc.

Sin embargo, la que están librando estos días argentinos y españoles es inédita y podríamos llamarla "la Guerra de la Vaca Muerta". Ese es el nombre que recibe una zona de la provincia argentina de Neuquen fronteriza con Chile. En ella, la petrolera YPF, filial de la española REPSOL, detectó en noviembre pasado un importante yacimiento de crudo "no convencional" capaz de autoabastecer de petróleo a Argentina durante mucho tiempo.

No parece casualidad que, coincidiendo con el descubrimiento de esa importante bolsa de petróleo, el Gobierno de Argentina empezara a hostigar a la petrolera, que poco después los gobernadores de varias provincias le retiraran la licencia para operar bajo el argumento de que no cumplía los compromisos establecidos en materia de inversión y extracción y que, finalmente, la presidenta Cristina Fernández la expropiara sin tan siquiera derramar una lágrima, como suele ser frecuente en ella en momentos delicados. Y ya tenemos la Guerra de la Vaca Muerta armada.

Populismo petrolero

No seré yo quien defienda los intereses de REPSOL, una empresa lo suficientemente fuerte como para defenderse solita y que además cuenta con el inquebrantable apoyo público del Gobierno de España y, en especial, de su ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria. Ni siquiera es REPSOL una compañía netamente española, como se afirma alegremente. Basta echar un vistazo a la composición de su accionariado para comprobarlo.

Con todo, tampoco es defendible, se mire por donde se mire, la decisión del Gobierno de Argentina: imponer por las bravas el control público sobre un recurso estratégico de la importancia del petróleo, después de vender esos mismos recursos en 1999, cuando las cosas iban mal, al mejor postor, no parece muy coherente ni encaja con el Derecho Internacional y la seguridad jurídica de las inversiones. 

Nada digamos de echar a los directivos de YPF de la sede de la compañía, al más puro estilo bananero, cuando la ley de expropiación ni siquiera había llegado al Congreso. Responde más bien a otras razones: necesidad de buscar un enemigo exterior cuando hay problemas internos y, sobre todo, cuando se huele negocio y reparto de beneficios.

España amenaza, pero ¿puede dar?

¿Y qué decir de la postura del gobierno español? Más de una semana lleva el ministro Soria – el mismo que deba la cuestión por "encauzada" un día antes de la expropiación - y su colega Margallo amenazando con "medidas contundente" ante una acción "hostil" que tendrá "consecuencias".

Más prudente se ha mostrado el presidente Rajoy, que se ha limitado a calificar la decisión argentina de "muy negativa para todos", pensando, sin duda, en los intereses de otras muchas empresas españolas radicadas en aquel país y hasta en Venezuela, en donde Hugo Chavez ha salido en defensa de Cristina Fernández y al que ya se le ha pasado también por la cabeza quedarse con las empresas españolas presentes en su país.

Por lo demás, España no ha conseguido cosechar muchos apoyos más allá del presidente de México y el de Guatemala. Estados Unidos, con claros intereses en Argentina, se pone de perfil y la Unión Europea – pobrecita -, sin instrumentos legales para defender a un miembro de un atropello como éste, lanza mensajes de admonición y suspende reuniones de segundo nivel.

No sé cómo acabará esta guerra de la Vaca Muerta aunque probablemente pasen años antes de ver su final. Seguramente habrá denuncias en instancias internacionales cuyas decisiones Argentina desoirá si no le son favorables, como ya ha hecho en ocasiones anteriores; habrá seguramente represalias comerciales españolas y habrá mucha agitación nacionalista en una y otra orilla del Atlántico para el respectivo consumo interno. Lo que es seguro es que la guerra no se resolverá por la vía de las amenazas mutuas sino por la de la diplomacia más callada que de aspavientos.

Negro y en barril....

Un cuento real


Érase una vez un país otrora grande pero venido a mediano tirando a chico. Tenía un rey puesto en el trono por un general bajito y con muy mala leche. Con el fin de evitar males mayores, los súbditos aceptaron el apaño y tiraron para adelante; incluso aprobaron una constitución que consagraba que el rey en cuestión era el jefe del estado aunque nadie lo había elegido.

Fue pasando el tiempo y aquel rey hizo algunos importantes servicios a sus súbditos en momentos muy delicados. "Es todo un demócrata", decía el país casi al unísono. Pero el monarca tenía algunas debilidades - ¿y quién no? – y cada vez que podía se escapaba del país sin decírselo a nadie para practicar uno de sus pasatiempos favoritos: la caza, a ser posible de bichos descomunales como osos o elefantes.

Pero como las cosas iban razonablemente bien, los súbditos no le daban mayor importancia a aquellas aficiones y hasta consideraban que era lógico que todo un rey se solazara como tuviera por conveniente en su tiempo libre para descansar del peso de la púrpura. Incluso estaba mal visto criticar al rey y apenas se hablaba de aquellas escapadas y, si se hacía, era más bien con la boca pequeña y durante poco tiempo.

Por circunstancias diversas al país de marras empezaron a irle mal las cosas: la gente no tenía trabajo y los que lo tenían, temían perderlo. El rey les pedía sacrificios y esfuerzos y les engordaba el ego y el orgullo diciéndoles que el país era fuerte y que sus súbditos habían demostrado muchas veces que eran capaces de vencer todas las dificultades que se les presentaran en el camino.

Sin embargo, al mismo tiempo que les pedía más esfuerzos y sacrificios, él no se privaba de su hobby y se tomaba frecuentes vacaciones que seguía sin comunicar a nadie y que se pagaba con el dinero de aquellos súbditos cada día más angustiados por los problemas de la economía. 

En una de esas escapadas a un país lejano para cazar elefantes, el rey tuvo la mala pata de romperse una cadera y fue entonces cuando todo el país se enteró de que, mientras los súbditos las pasaban canutas, su rey se divertía cazando.

Y se enfadaron: le afearon la conducta y le pidieron una disculpa porque en tiempos de incertidumbre el rey debe ser el primero en dar ejemplo. Además, le recordaron otras cosas poco edificantes que habían hecho él mismo y algún miembro muy allegado de su familia. El rey, enterado del malestar de sus súbditos, no le dio mayor importancia y siguió con sus aficiones sin comunicárselas a nadie. Pero un día, cuando volvió de una de sus cacerías en tierras lejanas encontró que en el frontispicio de su palacio ya no ponía "Casa Real" sino "Presidencia de la República".

Moraleja: Reyes o gobernantes no son los que llevan cetro, sino los que saben mandar (Sócrates)  

Músicas para una vida - Sitting on the dock of the bay

....y con los pies metidos en el agua. Fantástica canción grabada por Redding poco antes de su muerte y que a la postre fue su mayor éxito. ¡Ironías de la vida!




Viejos: esa pesada carga económica


Dice el Fondo Monetario Internacional, esa egregia institución que tan fina estuvo a la hora de predecir la crisis y analizar sus causas, que los viejos de hoy y de mañana son un lastre para la economía y la masoquista consolidación fiscal que sufrimos.

Asegura en uno de esos informes que parecen – y lo son – hechos a la carta del capitalismo neoliberal y salvaje, que los gobiernos han infravalorado el coste que supone mantener las pensiones ante el envejecimiento de la población.

Cabe supone que se refiere a los países en los que, efectivamente, aumenta la esperanza de vida, aunque se da la circunstancia de que eso no ocurre para una gran parte de la población mundial en la que más bien disminuye.

Pero a lo que íbamos: ante esa "realidad", el FMI aconseja recortar las pensiones y "acomodar" la edad de jubilación a las expectativas de vida. Dicho en otras palabras: que si en España, por ejemplo, la esperanza de vida se sitúa en torno a los 82 años, lo conveniente sería que la jubilación se produjera en torno a los 81 años y medio o un poquito más, a ser posible.

Y a renglón seguido propone que se combine la pensión pública con la suscripción de planes privados de pensión. Es decir, que el que quiere gozar de una pensión de jubilación después de décadas trabajando – si es que ha tenido esa suerte - y cotizando a la Seguridad Social, que se la pague de su bolsillo. Toda una lección de solidaridad y cohesión social.

Por ahí van los tiros, no nos engañemos. Ya babean de placer algunas entidades dedicadas al negocio de las pensiones privadas que, al socaire del viento favorable que sopla en los últimos meses en España, no tienen reparo en pedir abiertamente que se fomenten los planes privados de pensiones.

Van a por todas y los pilares básicos del estado del bienestar se tambalean: hachazo en la sanidad y en la educación, amagos de tocar las prestaciones por desempleo y, pensiones de miseria porque, qué mala pata, hay demasiados viejos y poca gente cotizando.

Claro que, sobre las multimillonarias pensiones de jubilación de los directivos de entidades financieras que han recibido fondos públicos para evitar la quiebra no dice nada el sapientísimo Fondo Monetario Internacional. Pero tampoco le pidamos peral al olmo o que se tire piedras sobre su propio tejado. Hasta ahí podríamos llegar.   

Las formas y el fondo


Ninguno de los ajustes y recortes anunciados hasta ahora por el Gobierno español han merecido todavía una explicación detallada y profunda a los ciudadanos por parte del presidente Rajoy. 

Primero fue la subida de un IRPF que nunca se iba a subir; después llegó la injusta y desequilibrada reforma laboral con su correspondiente huelga general; enseguida fueron los duros Presupuestos Generales del Estado con su hachazo a las inversiones y ahora ha sido el recorte añadido de 10.000 millones de euros en sanidad y educación que se ha despachado con una simple nota de prensa como si estuviésemos hablando de calderilla y como si no afectase a servicios públicos esenciales.

Fallan pues las formas, la obligación que tiene el presidente del Gobierno de explicarle a los españoles, a todos los españoles, a los que confiaron en él y a los que no, las medidas concretas, los plazos para ponerlas en práctica y los objetivos que se persiguen.

Lo más que se le ha escuchado ha sido alguna declaración de pasillo o alguna respuesta parlamentaria; no ha habido una sola comparecencia ante los medios ni en el Parlamento para explicar con detalle qué pretende hacer el Gobierno con este país, hasta dónde deben llegar los sacrificios que se nos exigen, quiénes deben hacerlos y, sobre todo, si van a servir para algo más que para conducirnos por el mismo camino de Grecia, Portugal o Irlanda.

Los ciudadanos no parecemos contar en este torbellino de recortes más que para verlas venir y echarnos a temblar un poco más, meras víctimas de una política económica obsesionada con los recortes y los ajustes. No hay en los mensajes de los ministros, que tienen que dar la cara para que Rajoy no se queme en la hoguera de sus medidas aunque lo hagan habitualmente en medios de comunicación y foros extranjeros y para contradecirse con frecuencia entre ellos, ni un sólo ápice de optimismo, ni un pequeño mensaje de esperanza de que todo esto no nos llevará al abismo y a la destrucción de una cohesión social ya precaria con un aumento galopante de las desigualdades sociales, del paro, de los índices de exclusión, de la ausencia de perspectivas.

Los ciudadanos tenemos la creciente sensación de habernos convertido en víctimas propiciatorias de los sacrosantos mercados, a los que se intenta "calmar" a toda costa aunque sin conseguirlo; así las cosas, nos sentimos abatidos e indefensos – "no hay alternativa", "esto o el rescate", "hay que apretarse el cinturón porque hemos vivido muchos años por encima de nuestras posibilidades", "heredamos una situación terrible", etc., etc. - 

Este discurso simplista y falaz está llevando al país a la calle de la amargura y a la desesperanza ante un futuro sin horizonte en el que – dicen – "nada podrá volver a ser como era antes". Si la economía es también un estado de ánimo, nunca antes este había estado tan bajo.

Más ¿qué importamos los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos sin amnistía fiscal, que sufrimos el paro o el miedo a perder el empleo, que no podemos hacer frente a las hipotecas o que no llegamos a fin de mes? Los mercados son los que importan y a ellos brinda el Gobierno nuestro sacrificio. Un vistazo superficial a Grecia – a las puertas de su ¡tercer rescate! - o Portugal bastaría para comprobar que es un sacrificio inútil que sólo generará más dolor y sufrimiento. Pero eso parece ser lo de menos para el Gobierno.

Músicas para una vida - In the summertime

Mungo Jerry fue una banda británica de principios de la década de los 70 liderada por Ray Dorset. "In the summertime" fue número uno en varios países. Sólo por el "look" de los miembros del grupo ya merecería la pena echarle un vistazo para recordar aquellos tiempos.




Músicas para una vida - "Te recuerdo Amanda"

Una generación hizo de esta canción un himno de amor y libertad. No había reunión o encuentro de amigos en la que no se cantase y, al mismo tiempo, se rindiese homenaje a Víctor Jara, asesinado por los militares chilenos a los pocos días del golpe de Pinochet. El estadio nacional de Chile, en donde murió este cantor popular, lleva precisamente el nombre de Víctor Jara. 



Músicas para una vida - "Desafinado"

Uno de los himnos de la bossa nova en la interpretación de uno de sus máximos exponente. Sensualidad, ritmo y dulzura en una pieza eterna. 



Músicas para una vida - "Ne me quitte pas"


La música está presente en nuestras vidas desde la cuna hasta la tumba. A menudo no somos conscientes de su presencia intangible pero marca nuestra biografía y, con el paso de los años, se convierte en referente indisociable de los momentos de dicha y angustia, de felicidad y tristeza, de rabia y de euforia. La música moldea nuestro carácter sin que nos demos cuenta, se pega de forma indeleble a nuestra vida y cambia nuestro modo de pensar, de amar, de sentir y hasta de sufrir.

Las músicas que vamos descubriendo a lo largo de nuestras vidas son como muescas en nuestro paso por este mundo: todas nos marcan de una forma u otra y nos delimitan un antes y un después de escucharlas; las músicas de nuestra vida nos transportan a momentos vividos o soñados, a paisajes nunca visitados y nos ponen en contacto con gentes y culturas que nunca habríamos conocido de otra manera; la música evoca paisajes y rostros de países lejanos y cercanos y despierta en nosotros sentimientos de ternura, identidad, rebeldía o alegría; en los momentos de incertidumbre y miedo nos provee de un escondite en el que refugiarnos cuando todo a nuestro alrededor ha dejado de tener sentido y nos da fuerzas para seguir adelante.

Si girásemos la vista e hiciésemos un esfuerzo por recordar, comprobaríamos que la música es un capítulo de nuestra biografía del que no podemos renegar sin riesgo de vaciarla de sentido.

Esta serie que inicio hoy en el blog y que promete ser larga, pretende ir recordando las músicas que ya forman parte indeleble de mi biografía personal. El orden con el que irán apareciendo estas músicas en el blog no tiene nada que ver con el que las fui descubriendo y me fueron conquistando, sino con el que me dicten los recuerdos. 

Comenzaré la serie con una de las grandes canciones de amor de todos los tiempos.....que la disfruten.....