En tono
irónico me preguntaba ayer un amigo qué hacía que no estaba en FITUR, en donde
nadie que se precie puede faltar estos días. Es cierto, no estoy en FITUR, no
he estado nunca ni falta que me hace. Por lo general, a una feria turística de
ese tipo suelen ir hoteleros, touroperadores, compañías aéreas y agencias de
viaje a vender y comprar camas de hotel y vuelos a destinos como Canarias. Como no soy nada de eso, nada se me ha perdido en FITUR. Esto tan elemental – al fin y al cabo las ferias siempre han sido un espacio
para el negocio - se ve distorsionado por la abrumadora presencia de decenas de
políticos con sus correspondientes séquitos de asesores y equipos de
comunicación con todos los gastos pagados. No digo yo que no deban dejarse ver
por FITUR el presidente del Gobierno y su consejero de Turismo, los presidentes de los cabildos o sus responsables turísticos y poco
más. El turismo es un negocio privado al que el sector público le dedica
ingentes recursos en promoción y servicios de todo tipo pero que pone el grito en el cielo apenas se le hable de empleo, condiciones laborales o impuestos.
Lo que no cabe en ningún caso es desplazar a Madrid a una nutrida tropa de
técnicos y adosados de dudoso provecho para el fin que se persigue: vender el
destino. También es de suyo que acudan
los alcaldes o, en su defecto, los concejales de turismo de los ayuntamientos en
los que efectivamente este negocio es su principal actividad económica. Lo que
carece de toda racionalidad es que se presenten también allí los alcaldes y
concejales de ayuntamientos por los que si pasa algún turista es porque
seguramente se equivocó camino de la playa.
Cuando se dispara con pólvora del
rey es comprensible que no duela al bolsillo emplear miles de euros en aviones,
estancias y comidas de cuya rentabilidad real para los ciudadanos nunca dan
cuenta quienes se los gastan. Este año, además, un grupo de ayuntamientos turísticos canarios ha decidido
hacer la guerra por su cuenta y ha montado su propio pabellón promocional en la feria al margen de la comunidad autónoma. Es cierto que no son originales, ya que ir por su
cuenta a FITUR es una larga tradición en Canarias desde que los cabildos de
Tenerife o de Gran Canaria decidieron un buen día por motivos políticos que
preferían estar solos que mal acompañados. Lo que se explica muy mal, además
del dinero innecesario que se carga a las arcas públicas con este tipo de decisiones, es que haya aún quienes
crean que cuando los turistas deciden viajar a Canarias andan eligiendo en
función del municipio. Tamaña presunción suena a pueblerina: al
grueso del turismo que recibimos le da exactamente lo mismo tomarse las
cervezas y ponerse color gamba a la plancha en Villaconejos de Arriba que en
Villaconejos de Abajo. Le decía a mi amigo que hace unos años, antes de la
crisis, aún era mucho peor que hoy. Entonces las islas se despoblaban cuando
llegaba la feria y si a usted se le ofrecía hacer una gestión en el
ayuntamiento ya se podía sentar a fumar a la espera de que volvieran todos de
FITUR. Los apuros de la crisis obligaron a los rumbosos ayuntamientos a
renunciar al desembarco anual en Madrid y a mirar mucho más por el euro. Ahora
que según los que saben ya hemos salido de la crisis – aunque yo no lo termino
de tener claro –, parece que empezamos a
volver al tiempo en el que el dinero de todos daba para pagar aviones, hoteles,
ágapes y comidas de postín a una nutrida corte de paniaguados que van a Madrid con
la excusa de “promocionar” las islas. De lo que se concluye que la teta
turística da mucho de sí a condición de tenerla bien agarrada y exprimirla en beneficio propio.
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