No quiero
parecer estajanovista ni aguafiestas pero a veces me entran ganas de darles la razón a los que
critican la baja productividad de los españoles en el curro. No se nos ha ido
aún el bronceado y todavía tenemos arena de la playa debajo de las uñas y ya
estamos pensando adónde iremos de vacaciones en Navidad o en la Semana Santa
del año siguiente, por no hablar del disfraz que nos pondremos en el próximo carnaval.
Claro que todo está pensado para que se imponga la molicie consumista sobre le
brega productiva, pero tampoco parece que hagamos mucho por sustraernos al perverso influjo: entra usted en octubre en el supermercado del barrio y tiene
que abrirse paso a codazos entre los turrones, los polvorones y el inefable güi güis yu a merry crismas que ya no
le abandonará lo que resta del año. Al
borde de diciembre nos cae encima el bendito blac fraidei y ya estamos perdidos de manera irremisible: empieza
un mes de agobios, atascos, compras y comidas que nos conduce al año nuevo con
unos cuántos kilos de más, unos cuantos cientos o miles de euros de menos y matrícula en el gimnasio de la esquina. Todo ello,
por supuesto, acompañado de unos muy merecidos días de descanso en los que
colapsamos aviones, barcos y autopistas nieve o truene. Con el roscón aún
sin digerir nos ponemos de nuevo en marcha para no perdernos los chollos de las
rebajas o descambiar algún regalo
navideño que nos hizo ese cuñado que nos cae mal.
Y sin solución de continuidad
empiezan a aparecer en papeles y televisiones alcaldes y candidatas a reina de
carnaval, concejales y escenarios, presentadores, pregoneros y murgas como
salidos del año de la marmota. Llega un momento en el que ya no sabe uno si
vive en el año nuevo o en el pasado o en el por venir. Los acontecimientos se
atropellan unos a otros porque, en cuanto digamos adiós a los mogollones y
hayamos despachado alguna que otra polémica sobre quién ganó el concurso de murgas
o la drag o el traje de la reina
de este año, nos toca pensar en dónde descansaremos de tanto ajetreo durante
Semana Santa. El de esos días es descanso sagrado que no se puede uno saltar si
quiere purificar el espíritu y llegar con fuerzas al verano que ya se empieza
tocar con la punta de los dedos. Así que, a la vuelta de las vacaciones de
Semana Santa y de los empujones en las colas de facturar y en los controles de
seguridad, nos tenemos que poner a planificar las vacaciones de verano. Y vuelta
a empezar. Aunque el caso presente todos los indicios, sería injusto concluir que
el año laboral en España es una cuchipanda continúa o una cadena de vacaciones cuyos eslabones se van engarzando sin pausa de enero a enero. En medio quedan todavía, siendo
optimistas, seis o siete meses salteados en los que nos ponemos serios y
formales y vamos a trabajar casi todos los días laborables. Eso, siempre y
cuando no nos ataque la gripe, las paperas, el sarampión, el
dentista, el fútbol o el lumbago. En el tajo nos pasamos habitualmente de 12 a 14 horas, aunque no tanto para compensar los días que hemos faltado o porque
nos llene de entusiasmo el sacrificio, sino sobre todo para que los jefes vean
que nos esforzamos como el que más por la empresa y su prosperidad. Trabajar en
España claro que se trabaja y mucho, eso sí, cuando podemos o tenemos tiempo.
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