Ese es el mote con el que conocen sus allegados a Nunzio Scarano, el sacerdote que hasta la semana pasada llevaba las cuentas del Instituto para Obras de Religión, mucho más conocido como Banco Vaticano. Al parecer, el apodo le venía como anillo al dedo por su afición a los billetes de intenso color púrpura que simbolizan el lavado de dinero en países como España. Scarano, que antes de contable banquero con sotana fue banquero de civil en el Deutsche Bank, acaba de ser detenido por la policía italiana. El cargo, intentar introducir en Italia con métodos poco ortodoxos unos 20 millones de euros que descansaban en un banco suizo, tal vez próximos a los de Luis Bárcenas, otro contable de mucho éxito.
Junto al cura banquero la policía arrestó también a un ex agente secreto italiano y a un bróker napolitano llamado Giovani Carenzio, del que se tienen jugosos testimonios de sus andanzas por Canarias. En las islas es investigado por estafar a placer a un buen número de pudientes familias con el timo de la pirámide, que hiciera famosa allá por los felices años veinte del siglo pasado un paisano suyo llamado Carlo Ponzi. El tal Carenzio convencía a sus víctimas de que si le confiaban sus abultados ahorros obtendrían milagrosos beneficios de hasta el 20% sin más preocupaciones que la de buscar otro primo al que timar.
Luego se esfumó y los avariciosos inversores no tuvieron más remedio que acudir al juez para reclamar su dinero; eso los que pueden justificar su procedencia, porque es probable que parte de las sumas fueran de origen harto dudoso y sus dueños anden maldiciendo el día en que estrecharon la mano de un hombre que deslumbró a todos pagando de su bolsillo un fiestorro de alto copete con Al Gore de invitado estrella y el hoy ministro Soria entre los comensales.
Carenzio, Monzeñor 500 y el ex espía que iba por libre reflexionan estos días en una cárcel de Roma sobre el mal paso en el que han sido descubiertos apenas un par de días después de que el papa Francisco anunciara la creación de una comisión que explore las entrañas del Banco Vaticano, considerado a todos los efectos como un paraíso fiscal por países como Estados Unidos y a punto de serlo también por la Unión Europea.
No son pocas las voces en el seno de la Iglesia que han pedido el cierre del Banco Vaticano, recurrente fuente de escándalos muy poco edificantes por sus turbios negocios en los que se mezcla el lavado de dinero con la mafia, los supuestos suicidios y el tráfico de armas, por sólo citar unos pocos asuntos demoledores para la imagen del catolicismo. La detención el viernes de este trío digno de un nuevo capítulo de El Padrino, tal vez haya servido para que el papa se plantee con más fuerza la posibilidad de cerrar una institución opaca y hermética que maneja miles de millones de euros de procedencia no siempre diáfana y que, de añadidura, administra un patrimonio inmobiliario descomunal.
Para ser consecuente con su propio mensaje tras su llegada al Vaticano, el papa tendrá que aplicarle a su banco aquel pasaje evangélico en el que se proclama que “no se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo porque se amará a uno y se odiará a otro”. No hay muchas dudas sobre lo qua aman Scarano y los que como él han contribuido a hacer del Banco Vaticano uno de las mayores baldones con los que carga la Iglesia Católica.
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