El Gobierno español
actual y los anteriores se han distinguido por modificar el Código
Penal a golpe de titulares. Ante cada nuevo caso de asesinato,
secuestro o violación, especialmente cuando las víctimas son
menores de edad, todos ellos han optado por endurecer las penas con
las que se castigan estos delitos y dar así pábulo a un populismo
penal claramente inducido por ciertos titulares de prensa y
determinados programas de televisión de intenso color amarillo. Se
ha conseguido así que nuestro país posea uno de los códigos
penales más duros de su entorno y que, a pesar de ello, registre la
población reclusa más numerosa y que sea, además, el lugar en
donde los penados más tiempo pasan entre rejas, aunque haya una
falsa percepción social que cree todo lo contrario. Todo esto en un
país que tiene una de las tasas de delincuencia más bajas de la
Unión Europea.
Ni que decir tiene que
las reiteradas reformas del Código Penal no han servido para evitar
que ese tipo de sucesos se sigan produciendo, del mismo modo que la pena de muerte no ha servido para que en los países
que la aplican – véase el caso de Estados Unidos – no se sigan
cometiendo homicidios y asesinatos. No debe ser, por tanto, la
benevolencia de las penas lo que hace que se mate, secuestre o viole
y, en consecuencia, no es el endurecimiento de las condenas la
panacea para que ese tipo de sucesos se reduzca a su mínima
expresión.

Se
calcula que desde el comienzo de la crisis, unas 350.000 familias
españolas han perdido sus casas que, en la mayoría de los
ocasiones, han ido a engrosar los activos de los bancos
después de quedárselas muy por debajo de su valor de tasación
mientras los deudores han tenido que seguir pagando la hipoteca por
una vivienda que ya no poseen. Y eso, a pesar de que ahora los bancos
no sepan muy bien qué hacer con tanto piso dada la situación de
estancamiento del mercado inmobiliario español.

Coincidieron estas
noticias con la decisión del Consejo General del Poder Judicial de
meter en un cajón el informe de un grupo de jueces – informe
encargado por el propio Consejo, para mayor escarnio – en el que se
hacen una serie de recomendaciones para adaptar la caduca legislación
de ¡1909! sobre desahucios a la realidad social y económica de la
España actual.
Recomendaciones como establecer la dación de la
vivienda en pago de la hipoteca, extender a las familias en apuros
las suculentas ayudas con dinero público que va a recibir la banca
para librarse precisamente de sus activos inmobiliarios tóxicos,
alargar los plazos de pago o rebajar temporalmente los tipos de
interés, no son asumidas por el Consejo que, en consecuencia, no las
elevará al Gobierno para que vea la posibilidad de modificar la
vetusta normativa al respecto.
Esta completa
insensibilidad del Poder Judicial ante un drama social como el de los
desahucios es acorde con la del Poder Ejecutivo: preguntado por este
asunto, el Gobierno se ha limitado a responder que, “ si hace
falta, revisará el Código de Buenas Prácticas”. La cuestión es
no incordiar a los bancos con medidas que vayan en contra de sus
intereses, mientras depauperamos a conciencia el país para que las
entidades financieras limpien sus balances con el dinero de todos los
ciudadanos y el sufrimiento de los que han perdido y perderán sus
viviendas gracias a una legislación injusta y desfasada. Esta es la
doble vara de medir la alarma social que tiene el Gobierno: para unos
la ley, para otros el favor.
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